28 de noviembre de 2015

Claudia

A veces me pregunto por qué me lee; si acaso es porque lo que digo lo comparte o, únicamente, porque le gusta... No lo sé. La primera vez que la vi me pareció que decía mucho con su mirada, que sabe mirar mientras te habla -y eso que ya hace muchísimo que no la veo-. Después, cuando la sigues por alguna red social, descubres que tiene una sensibilidad especial para elegir los temas y, sobre todo, para subir sus fotos: siendo sincero, aparece en todas con un brillo especial, supongo que es fruto de su magnífica juventud, que queda lejos para otros. Alguna vez he pensado cuál fue la historia que le hizo acabar aquí, procediendo de otro país que yo aún no conozco; y hay otros momentos en que me pregunto si acabará o no allí, en Rumanía, o volará tan lejos que habrá un momento en que los que alguna vez nos hemos cruzado con ella no sepamos nada, e incluso Claudia se olvide de quienes fuimos en este lugar y en este tiempo. Hay personas que no sirven para materia lietaria y, sin embargo, ella daría para una novela entera: más por lo que desconocemos de ella que por lo sabido.

22 de noviembre de 2015

Sueños de medianoche

Los sueños imprevistos, como son los sueños, tienen la desventura de atenazarme. A veces, aparecen personas que veo cada día o con quienes hablo, e incluso tomo café con ellas, qué sé yo; en otras ocasiones, gente que no conozco de nada y, alguna que otra noche, alguien que no atino a describir, alguien que podría ser o que... sólo es un sueño, ¡menuda obviedad! Tengo por costumbre despertar de esas sesiones totalmente desnortado, aturullado y en la penumbra de la duda entre si se cumplirá o no, que eso es cosa de expertos en los sueños. Hay momentos en que soñar con ella o con quien sea, a pesar de que hay un porcentaje alto de irrealidad que te cagas, me deja sin fuerzas: es eso que te despiertas mil veces, que das mil vueltas en la cama, que no descansas y... ¡zas!, suena el despertador. Anoche, sin ir más lejos, se acerca alguien, enfundada en su abrigo, guantes y bufanda; se sienta junto a mí y, de repente y sin venir al caso, me suelta: "anda, dame el beso que me debes hace tiempo..." Y te quedas a cuadros, flipando. 

10 de noviembre de 2015

Mejillas coloradas



Aunque el Sol ya estaba casi alto, la mañana estaba resultando fría. A mi alrededor iban y venían alumnos de varios institutos de la ciudad, pero de repente ella estaba allí: caminaba detrás de mí, asiendo en su mano derecha un maletín, supongo que lleno de apuntes, de exámenes, de listenings y cosas así... Al principio, el frío no me permitió distinguirla bien, ya que yo luchaba porque mi naricilla mantuviese una temperatura superior a los 36 grados; vamos, que no se me cayese el moquillo… cuando mi cerebro respondió, algo después, me caí en la cuenta de que era la muchacha sonriente que siempre camina a doscientos por hora, que te dice las cosas con su acento murciano (que evoca recuerdos y palabras: aún creo que la estoy oyendo decir, con su sonrisa, que ella dice ‘leja’ en lugar de ‘balda’) y decido esperar su paso. Nos saludamos y ella sigue rápida a mi lado porque quiere llegar pronto, aunque es mucho antes de lo que ella se imagina. Entonces la miro fijamente y me doy cuenta de que tiene las dos mejillas totalmente rojas, encendidas como las de Heidi y me doy cuenta al mirar su rostro de que, además de ser de la cálida Murcia, la chica es enormemente joven.

7 de noviembre de 2015

Un cuerpo al que abrazar


Marian pensó que todos los días son iguales a veces, que la rutina la atenazaba en el trabajo y en casa, soportando a un marido que necesitaba olvidar y saliendo a pasear cada tarde con una hija adolescente y gruñona a la que adoraba. Algunas veces le venía a la mente ese otro chico de su juventud que ahora veía más a menudo, porque su compañía tenía instalada la oficina al lado de la compañía en que trabajaba Marian, la chica guapa de Iowa. Algunas veces había dejado de responder los whatsapp del muchacho, atenazada por la duda moral de engañar a un marido que, sinceramente, hacía tiempo que no amaba. Una de sus amigas la animó, diciéndole que todos tenemos derecho a una segunda historia, a romper con la monotonía y a vivir un poco. Y lo hizo. Aquella tarde fue maravillosa, con aquella cena que él preparó y que le recordaba los años en que un hombre cocinaba para ella, tiempo atrás; la noche, además, fue extraordinaria y el día siguiente sobre sí misma no hubo sombra de duda ni temor. Ya que una elije un cuerpo al que abrazar, al menos que el cuerpo te devuelva el abrazo.