7 de noviembre de 2015

Un cuerpo al que abrazar


Marian pensó que todos los días son iguales a veces, que la rutina la atenazaba en el trabajo y en casa, soportando a un marido que necesitaba olvidar y saliendo a pasear cada tarde con una hija adolescente y gruñona a la que adoraba. Algunas veces le venía a la mente ese otro chico de su juventud que ahora veía más a menudo, porque su compañía tenía instalada la oficina al lado de la compañía en que trabajaba Marian, la chica guapa de Iowa. Algunas veces había dejado de responder los whatsapp del muchacho, atenazada por la duda moral de engañar a un marido que, sinceramente, hacía tiempo que no amaba. Una de sus amigas la animó, diciéndole que todos tenemos derecho a una segunda historia, a romper con la monotonía y a vivir un poco. Y lo hizo. Aquella tarde fue maravillosa, con aquella cena que él preparó y que le recordaba los años en que un hombre cocinaba para ella, tiempo atrás; la noche, además, fue extraordinaria y el día siguiente sobre sí misma no hubo sombra de duda ni temor. Ya que una elije un cuerpo al que abrazar, al menos que el cuerpo te devuelva el abrazo. 

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