31 de enero de 2012

"Una chica en el suelo"



Reconozco que al subir la escalera me iban temblando las piernas y sentía arcadas de vómito y eso que llevo en el cuerpo quince años, más o menos desde que llegué a Nueva York, mucho más joven, con pelo y con ganas; ahora no, ahora ando aburrido, soy aburrido, cansado; deseo terminar pronto mi turno e irme a tomar una copa a Anthonny’s, en las esquina con Broadway.

Lo que digo, Mike Jennkins y yo subiendo como jabatos hacia el sitio aquel, asqueroso; las paredes llenas de moho, de un verde renegrido, como si no lo hubiesen pintado en veinte años; las puertas de madera escasamente lacada, con unos descomunales números… Suena el walkie a mi lado: “Central para unidad 0254K7, permanezcan en sus puestos hasta que lleguen los refuerzos, ¿me oyen?”. Así gritaba la tipa de la Central, la que tiene su culo adosado a una silla y no se juega el tipo más que para pillar el último donut. Mike, rápido e inteligente, tira la puerta abajo.

Pero no hay nada. La chica yace en el suelo con herida de bala (“tenemos una mujer de raza negra, herida de bala, envíen una ambulancia”, se desfoga Mike Jennkins) y el chulo asqueroso que ha hecho eso se ha largado por la escalera metálica del edificio, la de incendios. De rositas…

Uno de los putos miles de casos que dejamos a medio y el Alcalde exigiendo eficacia a base de recortes presupuestarios… Que le den, peor está la chica.

20 de enero de 2012

"No te atreves..."



No, no te atreves; conmigo no… Nunca has venido a mi llamada. Me tienes miedo, reconócelo; siempre me lo has tenido. Por eso te escondes. El tiempo pasa, va en tu contra, recuérdalo.

Pero todo lo que hay en ti es terriblemente mío.

19 de enero de 2012

La narrativa de... Némesis Fuster: 'Goetia. Entre sueños'.



La ópera prima de Némesis Fuster, jovencísima narradora malagueña, viene a ser una novela solventemente conseguida, ejemplo narrativo y modelo en su género: aquello que venimos a denominar ‘novela gótica’ y que no es más que un género del que huyen muchos escritores y, sobre todo, muchos críticos sencillamente porque lo desconocen o no lo asumen, no porque no esté presente en nuestra literatura. Y en este caso concreto estamos ante una novela que atrapa.

Dos cosas me llamaron la atención de Goetia. Entre sueños, la juventud exuberante de su narradora y, sin embargo, una pasmosa madurez narrativa que me lleva a pensar que, de seguir así, nace una incipiente obra literaria con una voz singular y fuerte; y una prosa poética que dice más en lo que insinúa, en lo que se dice entre líneas (o entre sueños) que en lo que se adjetiva o sustantiva.

La autora sabe cambiar de registro, domina el género, narra con agilidad y concisión, con un lenguaje preciso (y precioso, cuando se nombra) y adereza y endereza cuando nombra. Se lee con soltura, con interés, aún cuando, lo confieso, el que esto escribe tampoco se había adentrado antes tanto en los sueños (si no eran los de Quevedo o los de Bécquer) como en las procelosas (como todas) aguas de la novela gótica. Le pregunté aquel día a Némesis Fuster acerca de aquel romanticismo español del XIX y no sé si es consciente, pero algún eco hay: más Espronceda que Bécquer, lo reconozco.

Acierta también la autora (y la editorial, al unísono) en editar esta novela con esa profusión de caracteres y de imágenes, de cursivas que resaltan, de negritas que nombran, dicen, se asoman.

Decía hace algún tiempo un poeta español actual, nacido literariamente en los setenta (L'enfant terrible, diríamos), que “detrás de él no había vida literaria”. En poesía desde luego, en narrativa también: y ahora surge Némesis Fuster de quien me alegro haber leído esta obra, tal como me dijo aquel instinto que me vino al ver este libro en unos grandes almacenes: fui a su presentación y no me arrepiento.

(©Foto: Némesis Fuster)

18 de enero de 2012

Miguel García-Posada



Ha muerto muy joven aún Miguel García-Posada, uno de los críticos literarios más relevantes, en mi opinión, de las últimas décadas; unido a los diarios ABC y El País y fundamentalmente a la obra literaria de Federico García Lorca y Francisco Umbral, entre otros grandes.

Tuve la satisfacción y el lujo de ser alumno y amigo suyo; gracias a él decidí estudiar Filología Hispánica y tuve la ocasión de conocer en profundidad la importantísima Literatura Española a la que me dedico desde entonces. Fue un excelente poeta y un fino crítico que supo ver detrás de muchas incipientes obras literarias (Luis Alberto de Cuenca, Luis García Montero, Andrés Trapiello, Benjamín Prado, Mario Vargas Llosa) a los grandes maestros de nuestras letras, los mejores versos, las mejores novelas… Tuvo, por supuesto, enemigos, como surgen en todos los colectivos formados por seres humanos y por sus emociones. Fue, a su vez, discípulo de Fernando Lázaro Carreter, a quien los filólogos de hoy hemos seguido a pies juntillas.

Recuerdo cómo en las tardes de los viernes en el madrileño Instituto Beatriz Galindo (y más tarde en el despacho de su casa, en la calle Lope de Rueda de Madrid), hacia 1996, me hablaba de poesía y de novela, del pasado intelectual y del presente literario, de la narrativa de Europa y de América y de todos aquellos autores que un profesor de Literatura debe conocer. Sabía guiar a los alumnos del Instituto dentro de las procelosas páginas de las obras de muchos buenos autores. Una de esas tardes me habló de Barcarola, publicación en la que colaboró: “una revista que hacen muy bien en tu tierra, en Albacete”, y que, efectivamente, es emblema para la cultura de nuestra provincia y que desde entonces he seguido con cariño. Miguel García-Posada me descubrió también y me presentó en 1998 en la Residencia de Estudiantes a Antonio Martínez Sarrión, nuestro gran poeta de los “nueve novísimos”, de quien opinaba que además de buen poeta escribe muy buena prosa: de ahí sus dietarios.

Los últimos años, delicado de salud pero intensamente lúcido, los dedicó incansablemente a su propia poesía y a dos excelentes novelas que deja, junto a sus memorias (La Quencia), como legado. Y los miles de artículos profundos y parte de la crítica en los diarios que he citado.

17 de enero de 2012

"Otra despedida"



Las cosas cambian. Uno vive inmerso en una monotonía de las cosas: esas llamadas intemporales, los sms robados al alma, la caricia de una palabra, el honor de una sonrisa; un beso y un café. (Todo eso que nunca te fue valorado ni correspondido, recuerda hoy). Hasta que las cosas empiezan a ser distintas y distintivas: dice mi amigo el poeta Luis Alberto de Cuenca que “el premio del engaño es el olvido”, en uno de esos versos suyos tan urbanos, tan hispanos, tan cargados de mayor razón que un Santo. Para abrir las ventanas y airear mi corazón y mis sueños he de cerrar las puertas, no vaya a ser que la corriente me invite a un constipado más alto que otro antiguo. Cuando uno se desprende de una costumbre primero se siente extraño, luego deprimido, pero el tercer día empieza el tiempo, implacable, y el olvido, insensato, a hablar. Y nace una vida nueva. Ya lo dije: “año nuevo, vida nueva”. Las cosas hubieran podido ser de otro modo, la vida encauzarse en otros caminos. Pero nada más, las cosas son así y uno, además, aplica el juego que ha marcado la otra parte. No, ya no siento la necesidad de hablar contigo, de saber de ti, de verte; no. Quizás hubo algún día un atisbo de pasión, sí, o de amor (no lo sé), pero todo eso es ya una anécdota, Historia: yo sencillamente me he adaptado a ti. Y cuando me suba al autobús, desde Boston a Hanover, New Hampshire, no miraré hacia atrás. No me interesa, ya, lo que dejo; no lo sé.

16 de enero de 2012

"El número normal de pares de zapatos"



Sí, claro, obvio, evidente, lógico, normal, típico, esencial, necesario, sabido, genético, imprescindible, de juzgado de guardia. ¿El qué? Uno debería saber por norma general, fundamental y sabida, cuántos son los zapatos que necesita una mujer, los que son normales en el fondo de armario, los que combinan con todo, los que le van a esto y a lo otro (pero, que nadie se llame a engaño: yo soy hombre y tengo decenas de pares aunque me ponga esas zapatillas tan molonas que me hacen parecer a-n-t-i-s-i-s-t-e-m-a).

En el hall de la oficina. Alexandra y yo antes de entrar en el Departamento de Perfil Psicológico del FBI, Quantico, Virginia, United States of America.

“Bueno, ¿y cuántos pares de zapatos son los normales para una chica?”, digo.
“¡Uf!, así, a bote pronto, no sé…”, responde ella.
“No sé, ¿y si te digo diez?”, propongo mientras llamo al ascensor.
“¡Uy diez!, esos no son ni la mitad de la cuarta parte de los necesarios”, sonríe ella.

"El grito y las hormonas"



Hoy me he levantado con ganas de gritar, de abrir la ventana y gritar como un poseso y lanzar al viento mil indecencias e improperios sin sentido, sin orden y sin concierto. Pero me he comedido… y encima dice la prensa que Carlota ha cometido un error saliendo con un ‘maduro’, porque esa es otra, ahora cuando uno tiene entre treinta y cinco y cuarenta es maduro. ¿Quién será el gilipollas que ha realizado el titular?

Y es que entre teatro y teatro; una vez Lope y otra Calderón, sin olvidar a Tirso. Algún otro día la poesía del siglo XX: Blas de Otero y Claudio Rodríguez en estado puro. Mi gran tema de la novela de posguerra: yo sí reivindico a Cela, mal que le pese a quien no lo pueda ni ver; del mismo modo que si he de hablar de algún hispanoamericano no me saldré de la obra de Mario Vargas Llosa y eso que lo siento por el gran Gabriel García Márquez. Pues eso, que me entra el estrés y me da por gritar…

Ahora encima leo con interés de lingüista los artículos de prensa, tan mal escritos, tan tenues, tan parciales, tan tontos… que me entran ganas de instaurar una censura del buen gusto o de pintarles bigote a los políticos y a las políticas, que les quedaría muy mono junto a unos dientes negros. Maldades de adolescente, lo que lleva uno en el cuerpo.

Eso y las hormonas.

13 de enero de 2012

"Maldad"



Decía Nicolás de Maquiavelo que “cuando infrinjas una herida, asegúrate de que sea tan profunda que jamás se pueda convertir en venganza”. Siempre he tomado esta máxima en serio, a pesar de que jamás he infringido dolor alguno que no pudiera ser una venganza contra mi ego. Así son las cosas y así transcurren. La gente tiene una maldad innata que tiende a expresar de las formas más insospechadas; la gente es feliz haciendo daño, de la manera que sea, en el momento más insospechado, sin control. Lo fácil y lo más sencillo es hacer lo cotidiano sencillamente: la gente, por el contrario, complica inadecuadamente las cosas.

Aquel día en aquel café de aquel lugar oí decir hacia el fondo: “el día que me toque a mí va a temblar Occidente”. Y Oriente, añado yo.

9 de enero de 2012

La poesía de... Luna Miguel (II)



La antología de poesía actual (¿neonovísimos?) que amadrina Luna Miguel, esa muchacha hiperactiva en Facebook, que reside al Norte y que publica en La Bella Varsovia, viene a ser una personalísima aportación al mundo actual de las letras; singularmente ese género no tan minoritario, pero sí tan poco leído, a veces, que es la poesía (antes, cuando uno opositaba, se decía lírica, pero como nació el poema en prosa…).

Igual que cuando yo intenté hablar de las jóvenes promesas (así, en femenino) de hace diez años o más, de la mano de aquel marbete que denominamos Generación del 2000, se me echaron encima algunos críticos (de los cuales, ciertamente, jamás he vuelto a oír ni a leer), y que no ha servido para nada, sencillamente porque cada poeta es de su padre y de su madre y las dos o tres concomitancias que tienen tampoco dan para parir como generación los nuevos novísimos poetas en lengua castellana del siglo XXI.

El hecho de que estén locos es materia literaria y la selección, pluralísima, es muy interesante, pero a la que hay que dar cierto recorrido: son muy jóvenes, muy locos, muy intensos, muy poetas pero con poca materia aún (y espero que no sea la única materia sino que haya carreras detrás). Echo de menos algún nombre, incluso algún poema de la propia Luna Miguel (¿no se introdujo a sí mismo el gran Gerardo Diego en la Antología de 1932?), pero también me detengo en algún nombre que hace algún tiempo (aunque no mucho) ya me llamó la atención: Laura Rosal.

A mí, repito e insisto, me dieron algunos palos y eso me hizo más fuerte en la mirada tenue, tierna e intensa hacia la nueva poesía. De aquello saqué algunas grandes amigas (Ana Merino, Gracia Iglesias, Marta López Vilar, Ana Gorría…), algunos buenos nombres (Vanesa Pérez-Sahuquillo, Carmen Jodra) y la visión de futuro con esas grandes poetas de hoy. Que Luna Miguel sea una niña mona que da muy bien a la cámara y que se arriesga a publicar lo que esos grandes dinosaurios de la crítica aún no han visto, sencillamente me parece genial (¿No he dicho siempre que Yolanda Castaño -una de aquellas- me resulta monísima y muy buena poeta?).

Ahora bien, tiene razón el gran escritor Andrés Neuman: “Lo afirmo ahora, antes de que esa vocación cristalice en un libro importante, porque es precisamente ahora cuando vale la pena afirmarlo”. Cuanto más joven sea y más imagen dé más atención tendrá ella y sus antologados. La mía, porque la escogí al azar en una librería de Madrid hacia noviembre de 2011 y ahí la guardo, para cuando haya que hablar de ella en las oposiciones a Instituto.

6 de enero de 2012

Habla La Mancha


A Alexandra, que pidió un poco de humor.



Hay gente que piensa que la forma en que se habla en La Mancha, es decir, el idiolecto particular de ese territorio, es de incultos, de gente poco cultivada en el idioma. Error, inmenso error. Lo que se dice hoy en La Mancha es un residuo de aquella lengua que se fijó normativamente en el Siglo de Oro y que tiene su exponente máximo, por ejemplo, en Don Quijote de La Mancha o en las comedias de Lope de Vega. Así pues, tras la introducción viene el asunto.

En La Mancha se dice ‘rail de las cortinas’, en lugar de riel. También ‘almóndiga’, ‘termargil’ y ‘cuencal’ (defectos fonéticos de la zona, como en La Rioja, cuando caían los dientes por falta de calcio en el agua, se pasó del sonido h- al f- inicial). Al fideo se le dice ‘aletría’ y al ajillo ‘patagorrilla’; del mismo modo que el jamón es el ‘pernil’ (aragonesismo). A los cordones, ‘cordonera’. Y en lugar de enviar a alguien a la mierda lo mandas ‘al pijo’. Eso sí, tenemos tontos muy peculiares: ‘el más tonto que una albarda’ o el necio superlativo, ‘el tonto el pijo’. Y si al lector no le gusta lo que he escrito, se dice ‘atié usté… te paece si el licenciao’.

Bajo la Monarquía de Alfonso X El Sabio La Mancha fue repoblada por gente del Bajo Aragón, por lo que compartimos con esas tierras diminutivos como ‘bonico’, ‘hermanica’ o ‘tocinico’. En la Lengua todo tiene su origen y su explicación, como todo; y que uno se guíe hacia un término (borrachera: ‘jumera’) no es cuestión de nivel, sino de tradición.

5 de enero de 2012

"Amores de instituto..."



Cuando uno iba al Instituto, pongo por caso, siempre tenía la mirada puesta en alguna muchacha de clase, o de la clase de al lado; o, incluso, en ambas… Ya se sabe que en esa etapa en que la Lengua es difícil, la Historia un rollo, las Matemáticas imposibles y el Inglés un idioma chungo (“que no pienso aprender hasta que nos devuelvan el Peñón”), lo más importante, lo único, lo fundamental, lo imprescindible es el amor; vamos, las ganas de “estar con alguien”. Y eso ocurre aquí y en los States.

Eso sí, pasa el tiempo. En la tarde me pongo el mp3 y el chándal y salgo a caminar por el campo; pongamos que lo hago en un pueblo de La Mancha. El día muere, el Sol se pone y se levanta lento un aire frío, muy frío. Por el dial van pasando las canciones: se mezcla Shakira con Amaral, Bongo Botrako, Emma Bunton, etc. De pronto se viene una chica por el frente; una muchacha que, al acercarse, me saluda y continúa. Esa mujer de la que un día anduve enamoriscado, en los tiempos del Instituto. Sencillamente eso.

Y, de repente, me oigo: “¡¿De qué me enamoraría yo?!”

2 de enero de 2012

"Una mirada inquietante"

A ti.


Aquella mañana me di cuenta, perfectamente. Nos complicamos la vida porque nos da la gana, porque lo más sencillo es llevarse bien, o medio bien…, pero para echar en la vida un poco de salsa picante estamos dispuestos, todos, a todas horas. Ni más ni menos… (y si alguien dice lo contrario, miente).

Llegué al despacho temprano. Cuando uno trabaja como detective en una consulta plural, con un jefe que fue poli en los noventa, lo mejor es que no se te note; cada uno tiene sus manías y cada uno trabaja a su aire. Yo, por ejemplo, lo hago una vez al mes (llevar un caso, no piensen… que pensar es malo) y con eso mantengo firme mi licencia, mi capacidad de tiro y mi olfato. Bueno, pues aquella mañana en que pensé escaquearme del curro simplemente cubriendo papeles para cobrar el mínimo que me pagan estaba en la puerta la damisela de la que hablaré.

“Mi marido me pone los cuernos y quiero que lo mate”, me dijo así, sin ‘buenos días’ ni nada parecido. “Señora, se ha equivocado: yo soy detective, no asesino a sueldo”… La mirada fría, imperturbable, que continúa en la mía y se oye “en fin, usted tendrá un precio… ¿a cuánto asciende?”.

Después de partirme de la risa y de su extrañeza le dije: “el precio más caro y más oneroso con el que vivo es tener siempre la conciencia tranquila, así que salga por esa puerta que he de ingresar una nueva remesa de dignidad en mi alma” (la que ella ni el marido tenían, por cierto).