Decía Nicolás de Maquiavelo que “cuando infrinjas una herida, asegúrate de que sea tan profunda que jamás se pueda convertir en venganza”. Siempre he tomado esta máxima en serio, a pesar de que jamás he infringido dolor alguno que no pudiera ser una venganza contra mi ego. Así son las cosas y así transcurren. La gente tiene una maldad innata que tiende a expresar de las formas más insospechadas; la gente es feliz haciendo daño, de la manera que sea, en el momento más insospechado, sin control. Lo fácil y lo más sencillo es hacer lo cotidiano sencillamente: la gente, por el contrario, complica inadecuadamente las cosas.
Aquel día en aquel café de aquel lugar oí decir hacia el fondo: “el día que me toque a mí va a temblar Occidente”. Y Oriente, añado yo.
Aquel día en aquel café de aquel lugar oí decir hacia el fondo: “el día que me toque a mí va a temblar Occidente”. Y Oriente, añado yo.
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