30 de diciembre de 2011

"Una extraña conversación"



Pues sí, reflejar la realidad tiene sus cosas. Como una anécdota cotidiana, propia de estas fechas. Cierto es que podría haberle sucedido a otra persona, pero al respecto he de decir que me ha ocurrido a mí; y francamente tampoco sé cómo calificarla. El caso es que esta mañana, cuando iba camino de comprar el periódico, que venía cargado de suplementos puesto que el domingo no hay tirada, he decidido no tomar el café yo sólo. Me ha venido a la mente una amiga y he optado por llamarla para invitarla al desayuno.

“Nena, ¿quieres un café ahora?”, he abierto abruptamente el fuego de la conversación.
“Espera, que es que estoy comprándome unas bragas rojas”, dispara ella.
“¿Unas bragas rojas?”
“Sí, claro, para mañana… tú qué prefieres, ¿braga o tanga?”
“Mujer, ¿yo?”
“Sí, venga, di”.
“Pues tanga, no sé. ¿Lo voy a ver?”
“No”.
“Pues entonces refajo”.

Y el café ya ha sido lo de menos.

(©Foto: La Chica del Pastel)

27 de diciembre de 2011

"Lo que pienso de ella"



Esta tarde he ido a la compra, como algunas tardes; tardes de esas extrañas en que tardo un tiempo incesante en comprar cuatro tonterías; generalmente se trata de reponer la nevera, buscar algún libro a pesar de que tengo miles a medio leer y otros cientos por empezar. Tardes en las que el café que uno se toma es largo, mientras ojeo la prensa fijándome en noticias absurdas (“Un perro ha mordido a su dueño en Burgos”, “Una señora lega toda la herencia a su serpiente pitón”, cosas de esas, en esa línea: las que anoto en la Moleskine verde). También me paro en el horóscopo: “Su pareja le es fiel, descuide”, te sueltan dos días después que has salido de casa con la maleta porque la susodicha (o susodicho) te ha puesto los cuernos con no sabes muy bien quién y dónde. Bueno, otras veces es peor, porque cuando discutes con la mujer que te gusta (si la hay, of course) te señala: “Todo va viento en popa en tu relación”.

En fin, que al ir a la compra me he encontrado por la calle a Fulanita de Tal y a Menganita de Cual y claro ya que uno iba sin prisa aunque sin pausa, me he parado a hablar. “Sí, claro, como esos mensajes del Facebook para ella”, dice una; “claro, claro, no lo dudes: no te esfuerzas en olvidarla”, añade otra. Y obvio, pienso en si es que se me nota demasiado nítidamente en la cara lo que pienso y lo que siento. Empiezo a pensar que sí. Ya no ha sido lo mismo el resto de la tarde: que si me equivoco en el peso de las gambas, o en el del jamón (¿qué hago yo con medio kilo?) o compro manzanas como para hacer sidra en vez de sobremesa. Me aturdo, lo sé. Y me pregunto… ¿qué sabrán estas? ¿Me leerán el pensamiento? Y claro, voy a pagar y me dice la cajera: “Señor, que se deja los cincuenta euros de vueltas”. ¡Menuda está la cosa para dejarse los cincuenta pavos!

Menos mal que llego a casa y veo esa foto de Sabina delante del metro (de Praga, supongo: yo es que cuando estuve allí usé el tranvía), con esos ojazos azules y me digo: sólo faltaba que Sabina también lo supiera, porque cara de lista tiene y sabe un montón de idiomas.

(©Foto: Libor Spacek)

26 de diciembre de 2011

"Una musa y otros personajes de la Historia"




Cuando llegué a la redacción me pidieron que escribiera algo sobre el mundo choni, aunque, francamente, conozco tanta gente choni que lo más apetecible era cambiar de tema; y eso que la noche anterior había soñado con una choni que conozco y todavía estoy por establecer si fue un sueño o si una pesadilla… Uno se recluye detrás de la pantalla del ordenador, atiza el machete contra algún tema, bajo la batuta de que la cosa es del cuarto poder… y ande yo caliente…

Decía Picasso que si las musas existen (y yo creo que sí, ¿por qué se iban a inventar algo así los antiguos griegos?) te deben visitar mientras trabajs. Bueno, la mía vaya usted a saber por dónde anda estos días de Navidad (y lo de visitarme, en fin, dejémoslo), además de que muchas veces me queda la duda acerca de si es tal musa o no lo es, porque hay que ver cómo es de rara, a la variedad me remito. Pero voy a lo que me pasó ayer, al cuento.

Entonces llega el director y me dice que en la Tercera (¡madre mía la tercera!) publique algo el día de Navidad. Y pienso en los plastas de la Historia, esos que nos han amargado los estudios: Aristóteles (venga a soltar el rollo… ¿es que no tenía vida social este muchacho?), Shakespeare (matando a todo el mundo en sus tragedias: siempre he creído que llevaba comisión de la funeraria), Mendel (con los guisantes verdes y guisantes amarillos… mola más la Teoría Simpson: aquella por la cual las chicas son monas e inteligentes y los varones de la misma estirpe tontos y feos), Pavlov (¡no me digáis que no era un poco capullo haciendo maldades a los perros!), Napoleón (con lo feo que era), Gorvachov y Reagan (misil para acá misil para allá) y así unos cuantos… Y que no se me olvide el tipo que se inventó la regla de tres simple, que siempre suma, por muy bueno que seas, 99,98%... la cuestión es quedarse con el cambio.

Y lo que nos queda… En fin, voy a poner una foto de Sabina que hay que ver lo mona que sale en esta… y ya de paso le mando mis mejores deseos hasta la República Checa, por si no le ha llegado mi mail o no ha leído mi mensaje del Facebook.

22 de diciembre de 2011

"Buscando a otra"



Preso en lo oscuro.
Encontré una gran sombra
en un par de ojos
.
(Tomas Tranströmer. Premio Nobel 2011 de Literatura)


“¿Cuándo fue que empecé a olvidarte? ¿Dime cuándo? ¿Cuándo dejé de soñar a cada instante contigo? ¿Cuándo fue que perdí la pasión por ti?”, me oí diciéndole al espejo mudo, vacío, inacabable, de un baño de una gasolinera en mitad de la nada, ¿Iowa?, ¿Vermont? (sin duda hace cinco horas), qué sé yo donde me llevaba la furgoneta Ford desvencijada de finales de los setenta que le compré a Mike Donovan, el de la cafetería, por doscientos cincuenta malditos dólares que había encontrado tirados junto al cajero de un banco.

Me iba de West Lebanon, New Hampshire, dejaba atrás todo lo que había sido mi yo durante tanto tiempo; quería llegar a California, a empezar una nueva vida, quizás de camarero o de dependiente en una gasolinera o algún trabajo de esos… Buscar una latina con la que casarme y tener los hijos que aún no tenía; olvidar a la señorita indiferente que me atormentaba con sus idas y sus venidas y sus ausencia y esa forma de ser que, ¡Oh my God!, no entiendo. La furgoneta tiraba, pero con ruido.

Lo que ocurre es que la carretera es toda igual, indiferente, rectilínea, ancha, monótona… llena de neones que enloquecen. Pides un bourbon pero si te pilla alguien de la policía te cagas. Desierto, ¿Arizona o Nevada ya? o yo qué sé. Moteles con las paredes sucias. Un móvil viejo con 57 mensajes de ella… la tía me quiere, no lo sé, pues no lo sabe demostrar, no sabe nada. Olvídala, me dice la televisión por cable. En la otra habitación una pareja gime, ya se sabe para qué son los moteles…

Y yo a California. En busca de otros ojos… y de que me miren de otro modo.

20 de diciembre de 2011

"Hablar de amor"



"La mayor declaración de amor es la que no se hace; el hombre que siente mucho habla poco" (Platón)

18 de diciembre de 2011

Adiós, Václav, goodbye



Hay personas como Václav Havel que marcan una época, que definen un momento; que por sí mismas son un emblema… (Carta 77, Revolución de Terciopelo, 1989, Plaza de Wenceslao…) Un autor teatral magnífico, un checo de pura cepa enamorado de su país y de su gente; un anticomunista impenitente. Eso mismo es lo que me llamó siempre la atención de él: un dramaturgo excepcional, un tipo con la misma alergia ideológica que también tengo yo (a los totalitarismos, al pensamiento único, al comunismo), un caballero con saber estar, incluso en esos años de cárcel que tan intensamente plasmó en sus Cartas a Olga. Ahora se ha ido, dejando una República Checa democrática, una ciudad de Praga abierta, una obra literaria digna de leer, un gran recuerdo. Adiós y que la historia te recuerde con una sonrisa.

17 de diciembre de 2011

"Ella es otra"



Lo que yo digo, y que quede bien claro: ‘uno mira siempre en una dirección y lo realmente interesante está en la dirección contraria’. No, no es una frase sacada del contexto de algún famoso filósofo ni de un observador de la realidad… Es mía, es una frase mía… Mira que me jode tener que darla por buena, pero es así.

Hace unos días entré en un restaurante con la intención de cenar algo frugal y al volver a casa ver la tele: uno de esos recursos que tenemos los días raros y que tenemos todos aquellos días raros, que son más de los que uno se piensa. Llevaba la Moleskine verde y tenía varias cosas anotadas para escribir en The Boston Globe al día siguiente. Y bueno, llevaba en la mente el cuerpo y el alma de una mujer, a lo mejor la niña mala, o no o yo qué sé: no lo recuerdo ya.

Y allí estaba ella. Esa otra persona que dice con la mirada y que a veces también me dice con sus palabras (ahora lo sé, no en aquel instante). Esa otra que me ha enseñado su juego. Esa otra que sabe dar en mi punto flaco. Esa otra…

15 de diciembre de 2011

"Mujer imperfecta"



Siempre habrá un terrible abismo entre las letras y las ciencias...


En la cafetería de Recoletos en donde leí la noticia la entendí como una estupidez: “Unos científicos descubren a la mujer perfecta”. Así, sin más, parece como si hubiesen hallado a la mujer biónica o la hubiesen fabricado artificialmente en el laboratorio. Pero no, después de examinar a no sé bien qué cantidad de chicas han llegado a la conclusión de cuáles deben ser los diez parámetros que debe reunir una misma mujer para ser perfecta. Y claro, como yo soy de letras y soy literato y soy profesor y he conocido cientos de mujeres, únicamente me queda exclamar algo así como “qué gilipollez”.

Hace dos días que no duermo en casa, ni siquiera en el sofá. Tarifé con ella y decidí largarme, pero por supuesto, al rato, empecé a echarla de menos. Me pasa siempre que lucho por dejarla y olvidarla y cambio de humor a los diez minutos para pensar qué suerte he tenido en conocer a mi imperfecta niña mala. Digan lo que digan los científicos, que algunos se aburren como una ostra. No respondí sus sms ni luego ella los míos y como pilló un sábado por en medio se fue con las amigas de juerga, para darme celos; lo sabe y así disfruta, aunque finalmente ella me quiera sin decirlo y con mis propias manías.

Entro en casa y descubro la realidad de los dos días: nuestra cama sin hacer y los platos en el fregadero. Mi parte y la suya sin hacer. Un manojo de cartas -generalmente de bancos- sin abrir. Mis fotos boca abajo (ella lo hace así para no verme), sus zapatos tirados de cualquier manera y la nevera vacía. Es decir, yo creo que se ha quedado a dormir en el trabajo por si llego y tiene que verme… Nuestra bronca es similar, la de siempre, la que dice que entre un hombre y una mujer no hay comunicación o debería ser una comunicación de otra manera.

Yo no sé si estoy enamorado o no, puesto que el amor realmente no existe; pero a esta tía la quiero de una manera que no sé expresar y por ello convivo con ella, pese a sus imperfecciones, al mal genio que saca algunos días o que me toque a mí hacer lo que a ella en ese momento no le da tiempo, pues su agenda es un caos. Y fui yo, libremente, el que decidí que ella era ella. Y no me arrepiento más que los días impares, porque los pares me nace de dentro decirle que es estupenda. Imagino que ella podría decir de mí mil cosas por el estilo.

Y ahora salen los tontacos de los científicos a decirme que saben que hay una mujer perfecta. ¿Y a mí qué? Si yo quiero a las mujeres con sus imperfecciones, con sus cambios de humor, con sus malos genios, con sus manías, con sus… No quiero lo perfecto: lo perfecto quiero que lo vean mis ojos, incluso lo perfecto lleno de imperfección. Mis ojos deciden junto a mi alma, no la ciencia.

10 de diciembre de 2011

"Gran Vía"

Cuando llegué a Madrid, en la prehistoria de los años ochenta, cuando adormecía ya la movida y la gente quería entrar en la jet set (que, por cierto, salió rana) la luz era tenue, gris renegrida, velazqueña. Aún teníamos pesadillas con el Caudillo y algunas cosas se decían en voz baja (¡Chissssst!): habíamos nacido hacía cuatro días y no era cosa de enredar.

Si uno viene del pueblo como yo aquel día, como si llega de Vigo, qué sé yo, se encuentra la City así a lo grande, pasmosa, ruidosa, llena de gente. Unos que van, otros que vienen, nadie que mira, todo el mundo a su bola. Gente guapa, gente fea, gente del extranjero… Claro, uno no siempre ha sido observador, o plumilla como hoy que toma nota de todo en una Moleskine para luego ponerlo negro sobre blanco. Como me decía ayer la escritora Irene Rodríguez Aseijas: “Paco, que acabemos juntos en una Redacción”. ¡La de caña que iba a dar yo! Así es todo.

Ya digo, luz negra. Hasta que toda una generación cambiamos los plomos, pusimos bombillas de bajo consumo y apareció el mundanal cosmopolitismo; luz y color, la sonrisa, el siglo XXI. Una copa aquí… ¡taaaaaaaaxi! Y todo aquello. Pero hay algo, seguro, que jamás cambiaré… ir de compras por Gran Vía.


(A don Agustín Rodríguez Sahagún, in memoriam).

"La chica del metro"



En Madrid hace frío un 10 de diciembre como hoy y en la Puerta del Sol aprecio vendedoras de lotería, que dicen llevar el gordo; unos jóvenes cogen firmas porque es el día internacional de los animales: las consignas están claras, hay que ser decentes con los animales, no más animales que las propias bestias. Más tarde, cuando salgo de la Casa del Libro decido entrar en el metro.

La Gran Vía bulle en Navidad. Mucha niña mona, al final de un puente, paseando palmito. Creo que los rostros más hermosos que he visto en mi vida los he visto en la Gran Vía. Jovenzuelas de la Universidad que van de compras… el Ayuntamiento ha limpiado lo que no puede ver el turismo. Tomo nota de algunas cosas en mi Moleskine verde, compro un manual del comentario de textos: algo moderno, algo in, made in France, y como está cayendo la mundial bajo al metro.

Me fijo en la universitaria tímida, que está claro que viene de prácticas. Lleva el bolso marrón conjuntado con las botas y esa bolsa de lona amarilla, chillona, que no le pega. Mira y me sonríe como hacía años no había visto una sonrisa así. Entra el cansino de la guitarra con una melodía desafinada, pidiendo perras en mitad de la crisis… ¡pero si estamos tiesos todos! Y tengo que apagar mi mp3 ante el estruendo guitarrero. A la chica mona de enfrente, la que lleva un bolso de imitación, la que escribe un sms probablemente al novio, le pone el tipo el platillo en los morros; ella ríe y saca unas monedas de esas rojizas y feas y se las echa.

La otra pareja son turistas. Él mira el plano y ella se sienta: es italiana, me digo, porque se parece una barbaridad a Laura Pausini, pero se bajan en Callao. ¡Mira que venir a Madrid para meterse en Cortylandia! Cuando salgo en Núñez de Balboa, mi parada, está el quiosquero, al que saludo, y en el semáforo se me pone al lado, de nuevo, la tímida del metro; con su bolsa amarilla. Entonces recuerdo la sonrisa de antes y pienso que igual me conoce del barrio.

Un día gris que se ha vuelto naranja por la sonrisa de la niña tímida de la bolsa amarilla.

9 de diciembre de 2011

"La rubia del antro de anoche"



Cuando entré en el antro aquel, un pub irlandés, todos íbamos de malditos. Una caterva de actores, actrices y músicos bohemios… Escritores del tres al cuarto que empiezan; los consagrados que hablan al whisky. Un antro de un lugar anglosajón imitado al modo español y plagado de la élite intelectual. Y allí estaba yo, buscándola a ella, aunque no la encontré. Fue cuando me iba, al pagar en la barra los veinte euros que costaron mis dos whiskys secos: un robo que dirían en Albacete.

Uno habla a medias en esos sitios: entre lo que uno debe callar y lo que entiende porque está embotado por el alcohol; se me acerca la rubia inglesa a la que he visto alguna vez en el cine. Se me acerca rápidamente y en un inglés que, realmente, entendía a medias, me dijo que si yo era el amigo de no sé qué otra chica, una pintura del Soho londinense –lo cual supe dos horas más tarde-. “No, te confundes, yo habito los mismos lugares, o casi, que Don Quijote; no soy tu hombre”. Y nos dieron las siete de la mañana, juntos, hablando en la plaza de enfrente, en un banco al frío de diciembre. Ella descalza y con mi bufanda. Yo diciéndome que a una mujer así no se la conoce tan fácilmente en Madrid y que si lo cuento no se lo va a creer nadie.

Con la resaca aparecí en su Hotel a desayunar por la mañana… pero no fui capaz. Se lo dije claramente: “no, yo no soy de esos que se toman un continental, soy un medio escritor sin un duro, y prefiero cruzar al Sturbucks e invitarte a un americano con un muffin de vainilla”. Dos desconocidos que apenas se entienden por la escasez del inglés; una rubia soñolienta sentada en una butaca, bostezando y yo con dolor de cabeza. “Tú tranquilo -me dice-, lo bueno se hace esperar”, mientras me mira, sonríe y me toma una foto con el móvil.

“Sienna -respondo con una voz de no sé de dónde-, a un Sagitario no le puedes hacer esperar”. Y comienza a sonreír como solo saben hacer las actrices ante la cámara. Prometo que la llamaré…

7 de diciembre de 2011

"Gente por sorpresa"



Siempre, siempre. Cuando el mundo cierra sus puertas en tus narices. Como entonces, como siempre. Surge de la vida una sonrisa nueva y descubres que entre tantos miles, entre tantos millones de personas como ves cada cierto tiempo, nace una sonrisa. Sí. Smile. La sonrisa suficiente de alguien distinto. Entonces me lo digo… Cuanto más cosas malas vivo y veo, más hermoso me parece todo lo bueno.


"Su habitación estaba helada"



El maestro decía siempre que el tiempo y el silencio son los mejores aliados para curar las heridas; lo decía él que tanto había sufrido en su vida: una república convulsa, una guerra civil cruenta, una posguerra plagada de hambre… me lo decía aquellas tardes de hastío del pueblo, cuando en el aula dormitábamos porque la sangre había abandonado nuestros obsoletos cerebros para alojarse en el estómago. Éramos críos. Yo ya no tanto.

Eran esos mensajes a destiempo, esas frases inconclusas, esos tiempos muertos sin decirnos nada, todo eso, lo que me hizo pensar que lo nuestro no iba bien; es más, que lo nuestro se había acabado… Me apliqué el cuento, me prometí ser feliz y hacer de todo; comerme la vida por los pies y olvidarla del todo.

Diez años después, sentado en la butaca de la consulta, ese chico viene con mal de amores, o con un trauma que le curaré pronto. Uno olvida lentamente a una mujer: el primer día es duro, el segundo piensas algo menos en ella, el tercero acabas recordando algún retazo y al cabo de un mes es simplemente un recuerdo atenuado por el Lexatin.

“No te preocupes, amigo, tengo la experiencia de que siempre se arrepienten de haberse equivocado conmigo”, dije mientras me ponía la chaqueta, en busca de un whisky y unas piernas bonitas.