En Madrid hace frío un 10 de diciembre como hoy y en la Puerta del Sol aprecio vendedoras de lotería, que dicen llevar el gordo; unos jóvenes cogen firmas porque es el día internacional de los animales: las consignas están claras, hay que ser decentes con los animales, no más animales que las propias bestias. Más tarde, cuando salgo de la Casa del Libro decido entrar en el metro.
La Gran Vía bulle en Navidad. Mucha niña mona, al final de un puente, paseando palmito. Creo que los rostros más hermosos que he visto en mi vida los he visto en la Gran Vía. Jovenzuelas de la Universidad que van de compras… el Ayuntamiento ha limpiado lo que no puede ver el turismo. Tomo nota de algunas cosas en mi Moleskine verde, compro un manual del comentario de textos: algo moderno, algo in, made in France, y como está cayendo la mundial bajo al metro.
Me fijo en la universitaria tímida, que está claro que viene de prácticas. Lleva el bolso marrón conjuntado con las botas y esa bolsa de lona amarilla, chillona, que no le pega. Mira y me sonríe como hacía años no había visto una sonrisa así. Entra el cansino de la guitarra con una melodía desafinada, pidiendo perras en mitad de la crisis… ¡pero si estamos tiesos todos! Y tengo que apagar mi mp3 ante el estruendo guitarrero. A la chica mona de enfrente, la que lleva un bolso de imitación, la que escribe un sms probablemente al novio, le pone el tipo el platillo en los morros; ella ríe y saca unas monedas de esas rojizas y feas y se las echa.
La otra pareja son turistas. Él mira el plano y ella se sienta: es italiana, me digo, porque se parece una barbaridad a Laura Pausini, pero se bajan en Callao. ¡Mira que venir a Madrid para meterse en Cortylandia! Cuando salgo en Núñez de Balboa, mi parada, está el quiosquero, al que saludo, y en el semáforo se me pone al lado, de nuevo, la tímida del metro; con su bolsa amarilla. Entonces recuerdo la sonrisa de antes y pienso que igual me conoce del barrio.
Un día gris que se ha vuelto naranja por la sonrisa de la niña tímida de la bolsa amarilla.
La Gran Vía bulle en Navidad. Mucha niña mona, al final de un puente, paseando palmito. Creo que los rostros más hermosos que he visto en mi vida los he visto en la Gran Vía. Jovenzuelas de la Universidad que van de compras… el Ayuntamiento ha limpiado lo que no puede ver el turismo. Tomo nota de algunas cosas en mi Moleskine verde, compro un manual del comentario de textos: algo moderno, algo in, made in France, y como está cayendo la mundial bajo al metro.
Me fijo en la universitaria tímida, que está claro que viene de prácticas. Lleva el bolso marrón conjuntado con las botas y esa bolsa de lona amarilla, chillona, que no le pega. Mira y me sonríe como hacía años no había visto una sonrisa así. Entra el cansino de la guitarra con una melodía desafinada, pidiendo perras en mitad de la crisis… ¡pero si estamos tiesos todos! Y tengo que apagar mi mp3 ante el estruendo guitarrero. A la chica mona de enfrente, la que lleva un bolso de imitación, la que escribe un sms probablemente al novio, le pone el tipo el platillo en los morros; ella ríe y saca unas monedas de esas rojizas y feas y se las echa.
La otra pareja son turistas. Él mira el plano y ella se sienta: es italiana, me digo, porque se parece una barbaridad a Laura Pausini, pero se bajan en Callao. ¡Mira que venir a Madrid para meterse en Cortylandia! Cuando salgo en Núñez de Balboa, mi parada, está el quiosquero, al que saludo, y en el semáforo se me pone al lado, de nuevo, la tímida del metro; con su bolsa amarilla. Entonces recuerdo la sonrisa de antes y pienso que igual me conoce del barrio.
Un día gris que se ha vuelto naranja por la sonrisa de la niña tímida de la bolsa amarilla.
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