9 de diciembre de 2011

"La rubia del antro de anoche"



Cuando entré en el antro aquel, un pub irlandés, todos íbamos de malditos. Una caterva de actores, actrices y músicos bohemios… Escritores del tres al cuarto que empiezan; los consagrados que hablan al whisky. Un antro de un lugar anglosajón imitado al modo español y plagado de la élite intelectual. Y allí estaba yo, buscándola a ella, aunque no la encontré. Fue cuando me iba, al pagar en la barra los veinte euros que costaron mis dos whiskys secos: un robo que dirían en Albacete.

Uno habla a medias en esos sitios: entre lo que uno debe callar y lo que entiende porque está embotado por el alcohol; se me acerca la rubia inglesa a la que he visto alguna vez en el cine. Se me acerca rápidamente y en un inglés que, realmente, entendía a medias, me dijo que si yo era el amigo de no sé qué otra chica, una pintura del Soho londinense –lo cual supe dos horas más tarde-. “No, te confundes, yo habito los mismos lugares, o casi, que Don Quijote; no soy tu hombre”. Y nos dieron las siete de la mañana, juntos, hablando en la plaza de enfrente, en un banco al frío de diciembre. Ella descalza y con mi bufanda. Yo diciéndome que a una mujer así no se la conoce tan fácilmente en Madrid y que si lo cuento no se lo va a creer nadie.

Con la resaca aparecí en su Hotel a desayunar por la mañana… pero no fui capaz. Se lo dije claramente: “no, yo no soy de esos que se toman un continental, soy un medio escritor sin un duro, y prefiero cruzar al Sturbucks e invitarte a un americano con un muffin de vainilla”. Dos desconocidos que apenas se entienden por la escasez del inglés; una rubia soñolienta sentada en una butaca, bostezando y yo con dolor de cabeza. “Tú tranquilo -me dice-, lo bueno se hace esperar”, mientras me mira, sonríe y me toma una foto con el móvil.

“Sienna -respondo con una voz de no sé de dónde-, a un Sagitario no le puedes hacer esperar”. Y comienza a sonreír como solo saben hacer las actrices ante la cámara. Prometo que la llamaré…

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