5 de enero de 2010

Lenguaje e intención en 2010





La palabra dicha tiene un inmenso poder de persuasión cuando se utiliza con la intención de captar al otro. Estamos inmensos en la era del lenguaje, constituido por el texto sms, el texto electrónico y la palabra, modulada como vehículo de transmisión imperdurable. Lo nefasto de nuestra palabra es cuando es utilizada con la inusual intención de la confusión (llamémosla así) o con una intención de “decir” no recta. Aunque, bien es cierto, la palabra que no va acompañada de la mirada es más propensa a la no-verdad, puesto que en el ejercicio emisor-mensaje-receptor, además del canal vocal, la mirada “dice” con toda la propensión de la manifestación.
 
Hay dos manifestaciones de la palabra en las que la intención es primordial: el lenguaje político y el lenguaje amoroso (sea o no sea esta un lenguaje también poético). En el ejercicio de la política el lenguaje es necesario, es el canal de transmisión indispensable para conformar un contrato entre el elector y el elegido y, por lo tanto, la manifestación del mismo y, en adelante, si se da el caso, la manipulación del mismo son notorios. No es lo mismo decir “tenemos futuro” que decir “podemos tener futuro”. La utilización fraudulenta del lenguaje en este ambiente es evidente y verbos como ‘construir’, ‘pactar’, ‘votar’, ‘declarar’, han perdido todo el sentido de su acción, puesto que el receptor ya no les da la verdadera acepción del Diccionario, sino que les atribuye un sentido figurado e irrisorio que antes no tenían.


En el lenguaje amoroso “querer” no tiene matización: un padre puede querer tanto a la esposa como a los hijos, de forma diferente o con distinta intensidad, pero el lenguaje no diferencia. Tampoco (creo yo) es lo mismo “querer” que “amar” e, incluso, no existe una palabra estándar para definir la mera “pulsión sexual”, puesto que el sentido escabroso o grotesco atribuido a los verbos al uso inciden en que se consideren tacos.

Espero pues, una auténtica dedicación al lenguaje en 2010.