24 de marzo de 2009

Mariano José de Larra, CC Aniversario

Hoy se cumplen 200 años del nacimiento de Mariano José de Larra. Él puede considerarse el padre del columnismo periodístico en España; un intelectual íntegro que supo calibrar la realidad social española y defender con su carácter, pésimo a veces, la esencia de lo que debía ser el liberalismo en España. Murió bajo un cóctel de ansiedad política y desengaño amoroso, pero no por ello hay que culpar a Dolores Armijo de que en plena juventud (28 años) perdiéramos al más romántico de los románticos españoles. Quizá lo más triste fue que la pequeña Adela de Larra, su hija y más tarde amante de don Amadeo I de Saboya, contemplara el cadáver del escritor bajo la mesa. Los artículos de Mariano José de Larra nos describen la España del siglo XXI en pleno reinado de Fernando VII. Un país bajo la corrupción y el amiguismo, entregado al poder omnímodo del Rey y sin apenas capacidad de empuje para conquistar el progreso y el porvenir. Él mismo fue diputado por Ávila y vio lo que era aquello: la clase política versus sociedad. ¿Hemos cambiado en algo? Su famoso y archiestudiado artículo “Vuelva Usted mañana” sigue siendo el más extraordinario testimonio sobre la burocracia en nuestro país y sí, aún hay listas de espera, colas interminables, etc. ¿Habría sobrevivido Larra en nuestros días? No lo sé; hoy, tan sólo el diario El Mundo lo recuerda con un especial y con una maravillosa frase: “Es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas”.

18 de marzo de 2009

El código moral en un mundo inmoral

“¿Es moral mantener tu código moral en un mundo inmoral?”. Esa pregunta flotaba en las paredes de las calles del guetto de Varsovia durante la dominación nazi de los años cuarenta. Los valientes judíos que defendieron a sangre y fuego el barrio mantuvieron su código moral en el inmoral mundo de la ‘solución final’. Las sociedades occidentales de hoy están abocadas al fracaso moral; se han perdido la ética y los valores emanados de ella. Un diputado del Congreso español ha elevado un suplicatorio a la cámara para que, al margen de los cuatro mil euros que percibe por su representación pública, pueda ejercer el derecho en un despacho propio en su faceta privada. Eso es inmoral. Se buscan émulos de Barack Obama en España; intentos de ‘parecerse a’ y no de ‘ser como’. También hemos tenido modelos anteriores en España, olvidados por la necesidad del cambio (a peor) que ha imperado en la clase política. Adolfo Suárez, por ejemplo, cuando decía aquello de que “hay que elevar a categoría de políticamente normal lo que a nivel de calle es, sencillamente, normal”. Lo que ocurre es que Suárez no hizo fortuna con la política, cuando ahora es un medio de vida ideal para tanta mediocridad como se ve en los escaños del Congreso y del Senado. Nuestros próceres viven de espaldas a la sociedad y a las necesidades de la nación y así nos brilla el pelo. Parece ser que a día de hoy todo el mundo tiene un límite ético que sobrepasa a la mínima y, por tanto, lo moral ya no existe, sino que lo que se lleva es lo ‘inmoral’, porque está de moda. Sin embargo, esto no es algo del mundo político, sino que también está a la orden del día en lo privado, cuando descubres que mucha gente que te rodea ha cedido en sus intenciones éticas porque “aspira a” (sin nada que lo justifique) y eso se ve también en la empresa privada, no únicamente, como decía, en la ‘empresa política’, que también. Los hombres y mujeres que defendieron con orgullo y valentía el guetto lo hicieron porque tenían unos principios y una moral que les impedía cerrar los ojos o dejarse morir porque, seamos conscientes, ya no es tiempo, tampoco de héroes. Ellos lo fueron sin pretenderlo, por ser morales. Encontrar a gente con principios y con honestidad es aún factible, pero qué duro es ver cómo en la sociedad española las cosas se hacen quedamente, por la espalda, con traición, con desvergüenza, con la inmoralidad del desnudarse éticamente por un puesto, por un trabajo, por dinero, por… y si tú, como fue mi caso cuando administré 12.000 euros del Ministerio de Educación en 1999, devuelves el sobrante que no te han requerido, te sueltan: “tú eres tonto”. Pero mantengo mi código moral en un mundo inmoral. Al menos, por y con dinero, no me pillan. Pero… ¿vivimos en un mundo moral o inmoral?

12 de marzo de 2009

Sobre la inmortal Rita Macau en la poesía de Luis Alberto de Cuenca

Rita murió en accidente de tráfico un día de diciembre de 1970. Era, por lo que me ha contado mi amiga Carmen Gallardo, profesora de filología clásica en la Universidad Autónoma de Madrid, una mujer de piel muy blanca. Ella es una de esas personas a las que no conoces pero que te llaman la atención. Antes de todo ello me preguntaba: ¿quién fue esta muchacha en la vida del poeta que hasta nuestros días le ha dedicado tantos versos? ¿Por qué su ausencia despierta tanto interés en un filólogo del siglo XXI? Rita Macau Fábregas nació hacia 1950 o 1951, algo inexacto porque no he querido preguntar sobre la edad de una persona que será eternamente joven. Estudió en el Colegio Loreto, en pleno corazón del barrio de Salamanca, y en una actividad teatral conoció a un muchacho que, con el tiempo, ser haría imprescindible en las letras españolas finiseculares: Luis Alberto de Cuenca. Fueron novios tres años, hasta que ella tuvo que marcharse a Cataluña, a Rosas (Gerona), lugar del que provenía la familia. Un día de 1970, como he señalado, su coche se estrelló y falleció. Su nombre, no obstante, permanece en la mente de todos aquellos que leen los poemas que le ha dedicado su novio. Me parecía importante que la historia de Rita y, por añadidura, lo que lleva de estudio y exégesis aquello que en la poesía se le refiere, no pasara al olvido, que la gente lo sepa, que otros estudiosos tengan como referencia que una mujer que murió hace casi cuarenta años está viva, al menos poéticamente, que es una musa, que es uno de esos seres humanos que nunca se olvida. Como me demostraron Carmen y Luis Alberto aquel día de enero de 2009 que comimos juntos y dedicamos parte de la sobremesa a ella: a la joven con la que habían compartido un momento de su vida y sobre la que yo iba a trabajar. ¿No os ocurre que, aunque pase el tiempo, hay personas a las que no podéis olvidar? Cosa de la memoria.

8 de marzo de 2009

Madrid en domingo, un día soleado en que nadie leerá esta entrada



¡Buenos días! Hoy es domingo; un día soleado y nítido en el que las previsiones de los metereólogos han fallado estrepitosamente. Salgo a la calle con la intención de comprar la prensa y tomar un café, buscando la compañía de la conversación de Amelia y de su novio, los camareros; gente que me conoce desde hace un par de años. La ciudad está semidesierta y un grupo de niñas le venden a mi madre unos dulces hechos por ellas, para financiar el viaje de fin de curso del colegio de monjas al que van (le sacan 10 euros, pero nos queda la certeza de que saben cocinar). Esas cosas me gustan, es decir, colaborar con los adolescentes que se lo van a pasar genial viajando con los mismos profes que detestan un día normal. Apenas hay coches y, en el fondo, eso me gusta, porque puedo cruzar por donde quiera, que es un modo de hacer lo que a uno le da la gana un día a la semana. Anoche, durante el partido, éramos unas doscientas mil personas, la población flotante de Albacete capital o de Getafe, en donde vive Melisa y donde vivirá también Julia cuando nazca, si no lo ha hecho ya. Doscientas mil almas en un instante, saliendo en tromba, vociferando, algo distante y distinto de cómo es la misma ciudad esta mañana de domingo soleada y templada, que ha roto los vaticinios de las previsiones meterológicas. Cada minuto, más o menos, nace, muere, enferma, sana, grita, llora, ríe, duerme, despierta, toma un café, come, se entristece o retoza en la cama una persona entre estos cuatro millones de seres humanos autómatas que son susceptibles de ser todo, hasta corruptibles. Pienso en si todo el mundo será o no será corruptible, porque aunque la gente no me crea conozco a varias personas absolutamente honestas, pero eso se desvía de la ciudad que uno vive un domingo, el día en que cada uno pierde un día sin haber hecho realmente lo que debía, el día que dejamos para terminar lo imponderable y que perdemos entre levantarnos tarde y vaguear, o al menos eso hago yo porque me gusta. Hoy, cosa rara para mi percepción sensorial, no ha visto ninguna muchacha en la calle y eso me hace pensar que, después de la juerga de anoche, aún estarán en la cama dormitando los recuerdos de las luces de neón y con el regusto del ron con coca-cola que les habrán puesto en cualquier sitio de copas, un sitio de copas menos tenue, intenso y hermoso que la ciudad matinal que despierta. Lo bueno del mundo es el contraste y yo, aún, creo en la gente y soy consciente de que podemos hacer frente a los desafíos de futuro con trabajo y con método, con verosimilitud y verdad, con ganas y con un nuevo horizonte en proyecto. Sí, buenos días, que hoy es domingo.