Aquella mañana me di cuenta, perfectamente. Nos complicamos la vida porque nos da la gana, porque lo más sencillo es llevarse bien, o medio bien…, pero para echar en la vida un poco de salsa picante estamos dispuestos, todos, a todas horas. Ni más ni menos… (y si alguien dice lo contrario, miente).
Llegué al despacho temprano. Cuando uno trabaja como detective en una consulta plural, con un jefe que fue poli en los noventa, lo mejor es que no se te note; cada uno tiene sus manías y cada uno trabaja a su aire. Yo, por ejemplo, lo hago una vez al mes (llevar un caso, no piensen… que pensar es malo) y con eso mantengo firme mi licencia, mi capacidad de tiro y mi olfato. Bueno, pues aquella mañana en que pensé escaquearme del curro simplemente cubriendo papeles para cobrar el mínimo que me pagan estaba en la puerta la damisela de la que hablaré.
“Mi marido me pone los cuernos y quiero que lo mate”, me dijo así, sin ‘buenos días’ ni nada parecido. “Señora, se ha equivocado: yo soy detective, no asesino a sueldo”… La mirada fría, imperturbable, que continúa en la mía y se oye “en fin, usted tendrá un precio… ¿a cuánto asciende?”.
Después de partirme de la risa y de su extrañeza le dije: “el precio más caro y más oneroso con el que vivo es tener siempre la conciencia tranquila, así que salga por esa puerta que he de ingresar una nueva remesa de dignidad en mi alma” (la que ella ni el marido tenían, por cierto).
Llegué al despacho temprano. Cuando uno trabaja como detective en una consulta plural, con un jefe que fue poli en los noventa, lo mejor es que no se te note; cada uno tiene sus manías y cada uno trabaja a su aire. Yo, por ejemplo, lo hago una vez al mes (llevar un caso, no piensen… que pensar es malo) y con eso mantengo firme mi licencia, mi capacidad de tiro y mi olfato. Bueno, pues aquella mañana en que pensé escaquearme del curro simplemente cubriendo papeles para cobrar el mínimo que me pagan estaba en la puerta la damisela de la que hablaré.
“Mi marido me pone los cuernos y quiero que lo mate”, me dijo así, sin ‘buenos días’ ni nada parecido. “Señora, se ha equivocado: yo soy detective, no asesino a sueldo”… La mirada fría, imperturbable, que continúa en la mía y se oye “en fin, usted tendrá un precio… ¿a cuánto asciende?”.
Después de partirme de la risa y de su extrañeza le dije: “el precio más caro y más oneroso con el que vivo es tener siempre la conciencia tranquila, así que salga por esa puerta que he de ingresar una nueva remesa de dignidad en mi alma” (la que ella ni el marido tenían, por cierto).
2 comentarios:
me ha gustado mucho,una pequeña historia que enseña a la persona a respetar su propia conciencia
un saludo
Muchas gracias por la lectura. Yo también he visitado tu Blog y es estupendo. Saludos...
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