3 de abril de 2011

"Una amiga judía"


Imagino una furtiva historia de amor en el Berlín previo a 1938. Dos judíos, chico y chica, subidos en la azotea de un edificio plagado de cruces de David realizadas con pintura en la fachada... Están agotados de tanto insulto y de tanto terror y de una Humanidad que no estuvo a la altura de las circunstancias para prever y prevenir las consecuencias de aquel malévolo enfermo mental que todos conocemos, con ese bigotillo ridículo y su socarrona sonrisa, rodeado de corifeos que le palmotean y que le hicieron llegar al poder en las elecciones de 1932. A lo que voy: los muchachos miran desde lo alto una ciudad hundida, ajena a Hindemburg y al periodo de entreguerras. El deseo, el amor, la supervivencia, el olor físico del miedo y del amor atenazan a los dos, hasta que deban salir huyendo y pierdan detrás de si las tierras de Alemania. Me viene a la cabeza porque tengo en mi mente la figura eterna de una judía norteamericana que conocí hacia 1999 o algo así, aquella figura sonrosada que me embargó algunos días. Y lo recuerdo porque vienen elecciones y la mitad de quienes se presentan son tan pusilánimes inútiles como Chamberlain y Daladier; porque no hay una figura sentada en una silla de ruedas por culpa de la polio, como Rooselvet, que invada de esperanza los corazones de quienes aún somos jóvenes; ni tampoco existe la figura resistente y adherida a un puro, como Churchill, que nos prometa “sangre, sudor y lágrimas” y más tarde nos dé el futuro de la Libertad. Pero tampoco encuentro los brillantes ojos de mi amiga judía norteamericana que me permitan enamorarme por un momento de un sueño. Todo está aún por hacer, a medio camino entre la decepción y las ganas de futuro.

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