13 de septiembre de 2011

La poesía de... Luna Miguel




Cuando decidí ser filólogo, un tipo de letras, allá por el pleistoceno de los años noventa, sabía de antemano que iba a ser pobre, pero no me importó porque de mayor quería ser como aquel premio Nobel que interpreta Paul Newman en El premio; bueno, quizás no quisiera llegar a tal grado de alcoholismo (no como Ilya Ehremburg, por supuesto), pero de vez en cuando, confieso, he escrito alguna línea bajo los elegantes efectos del whisky. Hace un rato caminaba por el campo, en La Mancha, pero no como Don Quijote: yo visto camisetucha, esparteñas (warripeich) y pantalón corto, que es lo que aconsejan los médicos que baja el peso, el colesterol y no sé cuántas zarandajas más. Y en ese campo, al atardecer, en el ocaso, me surjen algunas de esas cosas que luego plasmo blanco sobre negro. O me acuerdo, of course, de alguna mujer fatal que me haya dado calabazas o que haya sido conmigo más mala que un dolor de muelas del juicio. O simplemente de aquella filóloga que había leído tanto y que se emborrachó conmigo una noche de invierno, durante un congreso, en Santiago de Compostela. Y en esto que mientas caminaba me venía a la mente un auténtico mundo de letras. Alguien me dijo este verano algo así como "bebes más whisky que Hemingway" y me quedé tan estupefacto como cuando Unamuno oyó al cerril de Millán Astray felicitar a la muerte. Y me han venido a la mente versos de Bécquer y de Yolanda Castaño, pero de esta última con esa dosis que me da al mezclar admiración y lejanía. Como si hubiera conocido a Manuel Machado en el París que habitaban otros muchos, incluída la sífilis prostibularia. Por eso soy de letras y porque se conoce a gente estupenda. Ser de letras es leer a Luna Miguel, que tiene una mirada de mujer fatal (y ojo, que todo el mundo sabe que yo amo a las mujeres fatales, con esos interminables cigarrillos, esos indescriptibles ojos y esa dosis de mala leche que Dios les ha dado) que me vuelve loco (con el permiso o sin él de todos y todas los respetables que la leen como yo y que la siguen en el Face). Así que sí, que ser de letras es ser pobre, pero conocer gente de todo tipo, y sobre todo leer a toda esa caterva que hace Historia con las letras, sean de derechas o de izquierdas, borrachos o fumadores, abstemios o gente de mal vivir. Eso que digo, el Paul Newman de El Premio:
 
 
 
"Tal sitio no se lo recomiendo, señor, porque van señoritas poco formales", dice el recepcionista.
 
"¿Cómo ha dicho?", corta Newman.
 
"Se lo apunto, señor, para que sepa que no tiene que ir", añade el amable recepcionista.

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