4 de abril de 2021

Ojos sobre la mascarilla


Sucede en una mañana festiva, tibia y silenciosa de primavera. El tren de cercanías va en silencio: acaso somos seis o siete personas. El despertador ha sonado algo antes de lo habitual un día como hoy; tras la ducha y un primer café aguado escojo algo que combine con mis años mentales, no con esos otros del DNI. Al salir a la calle he visto chicas corriendo o en bicicleta, también chicos entrenando en grupo. He sido horriblemente puntual, pero sólo yo. Desde el fondo emerge su silueta y debajo de la mascarilla, seguro, una sonrisa. Ni los móviles ni la pandemia me han quitado la emoción de quedar con alguien, como cuando con veinte años: mitad nervios en el estómago, mitad timidez al mirarla a los ojos. Luego, frente al café, minutos que vuelan y miles de cosas que se pierden, para dejar paso a otras. Con el segundo cortado la camarera nos obsequia un cambio de hilo musical: aparecen ecos de los noventa. Me fijo en sus ojos, pero también en sus uñas: ahora las mujeres adornan sus uñas con mucha elegancia, combinando quizás con la ropa, o los pendientes, o el tono del cabello; quizás, incluso, con sus ojos. Me fijo en cómo gesticula con las manos, explicando no sé qué de un trabajo suyo... Nos dan la hora y hay que irse. En estos casos lo suyo sería un beso, pero lo prohíben las autoridades sanitarias, así que nos emplazamos hasta pronto. Camino de donde sea que yo vaya, en un banco, dos novios, ambos pegados al móvil, sin enterarse de que la vida son unos ojos hermosos sobre la mascarilla. 

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