26 de febrero de 2017

Cruzarse al tiempo

Unas veces dejamos de ver a alguien por decisión de ese alguien, con mayor o menor justicia; otras, tejemos un camino de silencio nosotros mismos... En ello, los adolescentes montan un drama cuando alguien se les va; algo mayores, sacamos lo bueno y lo malo del hecho y apechugamos. Aunque... una vez alguien me dijo que el tiempo sale al encuentro de uno mismo y, en la inconsciencia de mi juventud, no le creí: es cierto. Aquella mañana, mientras me anudaba la corbata y terminaba el café humeante en el hotel de la pequeña ciudad de provincias reparé en que en el programa estaba el nombre de una antigua conocida con la que mi carácter chocaba siempre, hasta que se rompió. Una vez en la sala, ambos compartimos mesa redonda; ella, tan competente a pesar de todo, intentó acaparar miradas, flaxes, parabienes y aplausos, siempre un paso por delante de los demás: su tema, candente, le propiciaba el éxito rotundo y, una vez más, quedar un peldaño por encima. La miré, estaba tan hermosa con su miopía que me recordaba las viejas horas de apuntes, juntos en la Facultad, las complicidades, los cafés, los trabajos en equipo hasta que... Llegó mi turno, con ese momento incial en que la timidez reside en el estómago; recordé con fidelidad el pasado, incluso sus putadas, sus comentarios hirientes, su competitividad atroz y empecé a hablar de mi tema. Solo que guardaba conmigo un viejo as en la manga, siguiendo siempre al magnífico Lope: puesto que el vulgo viene a oírte, díselo para que el vulgo lo entienda y, en esos fregados, uno siempre ha sido zorro viejo. Las miradas, aplausos y flashes, además de las preguntas, vinieron hacia mi ponencia. Terminó, la miré indiferente y repetí para mí aquellos versos de un poeta amigo: "que el premio del engaño es el olvido".

2 comentarios:

victoriafol dijo...

Es de Lope de Vega el final???👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻

Francisco José Peña Rodríguez dijo...

De Luis Alberto de Cuenca, compi ;-)