24 de agosto de 2011

"Los tipos duros se equivocan"



Yo, amigos, también me equivoco. Aquel día llovía intensamente en la City (cuando hablo de la City me refiero a Nueva York) y decidí entrar en el primer café que se me presentó a la vista. Me quité el sombrero y la gabardina, mojados, y me lancé sobre la barra para pedir el capuchino doble con algo de chocolate, especialidad de la ciudad que te hacer poner las pilas desde primera hora. Desdoblé el New York Times y reparé en las absurdas noticias de cada día. De repente, la vi: ¿por qué siempre las mujeres más hermosas y menos complejas son las que no conoces? Así es.


Llevaba un tiempo en que no conseguía escribir nada: cuando uno es especialista en tipos duros venidos a menos, es decir, fracasados, y en mujeres fatales que son más malas que un dolor (y juro que no es un trauma ni nada por el estilo) acaba por bloquearse. He sido novio de una pija, de una poeta sudamericana y de una historiadora del arte; estuve loco por otra pija, de una millonaria e, incluso, aunque está mal decirlo, de un par de chonis de mucho cuidado. Pero si uno se bloquea, la mujer fatal no sale y, por tanto, la historia no nace. Hubiese sido mejor haberme dedicado a otra cosa, pero la adrenalina de periodista me pide más.


Detrás de una buena historia hay dos o tres retazos seguros: un paisaje reconocible, un antihéroe y la mujer fatal; al menos eso es lo que yo trazo, ni más ni menos. Por eso me fui a Nueva York cuando descubrí que mi secretaria me mentía y que adeudaba al casero mil doscientos euros del alquiler, que no podía pagar. Publiqué mi manual Cómo estar rodeado de chonis y canis y no morir en el intento, que fue líder de ventas en Iowa (y si preguntan por qué no sabré qué decir) y he vivido desde entonces de los sablazos que doy a mi editor.


Vi a la rubia y decidí pedirle un pitillo. "No fumo, caballero; y además aquí no lo permiten", me dijo sin inmutarse. "Me permite que la invite a un café", insití. "Vale, pero solo porque usted es un escritor al que he leído, por nada más", añadió. Cuando una chica así (Marion se llamaba, creo que dijo) te sube el ego, dejas de ser un fracasado y entras en la Enciclopedia. Eso sí, se curó en salud: "Como usted tiene fama de mujeriego, le advierto de antemano que soy lesbiana, así que hablemos de libros". Y me dolió el estómago.

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