22 de agosto de 2011

"Una segunda oportunidad"



Todo el mundo acaba desaprovechando también su segunda oportunidad. Es científico, porque por norma general, si a una persona le das una segunda oportunidad, la caga de la misma forma que la cagó en la primera. Es como el caso de Davis, el de Asuntos Internos, que va ya por su séptimo divorcio y el tipo aún dice que la culpa es de sus ex. En fin...


Tampoco yo estoy en condiciones de aleccionar a Davis, pues tengo por norma no dar nuevas oportunidades: mis sentimientos están por encima de los sentimientos de los demás y, si yo estoy jodido, nadie se apiada de mi. Que lo hubiese pensado antes. Al menos tengo este trabajo que me permite conocer a la gente. Reabro casos cerrados y sin solución y vuelvo a investigar por si hay alguna posibilidad de cerrarlo con juicio, pero casi nunca el pasado vuelve para hacerse distinto. Al menos me pagan y ocupo un cuartucho sin ventilación que huele a café rancio y a rastros de hamburguesas y sandwiches que jamás me comí. Soy un desastre, lo reconozco.


Hace tiempo conocí a una chica estupenda, Amanda Rose, de Virginia; una mujer a la que su pareja maltrataba sicológicamente y quien había dado ya varias oportunidades a su chico, el cual era un jugador empedernido (me dijo una vecina que una noche, en Las Vegas, llegó a perder 20.000 pavos) y que, cuando se emborrachaba, la maltrataba. Hablé con ella cientos de veces y le insistí para que fuese a una casa de acogida, pero no quiso, confiaba en la segunda oportunidad que le daría al maromo. Al final la cagó ella también, puesto que tuvo que ingresar en un centro de salud mental con una fuerte depresión, sintiéndose todo lo inmunda que el cabrón del novio quiso inducirle.


Fui a verla hace dos semanas y salí de allí con muy mal cuerpo. Cuando le hablé de él, de la casa de acogida, de una vida nueva, de todo eso, me respondió: "pienso darle una segunda oportunidad".

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