11 de agosto de 2011

"La choni de Manhattan"



Prometo por mi conciencia y por mi honor que me ponen enfermo las chonis (y sus canis); esas señoritas de prendas ajustadas que transparentan ropa interior negra (qué mal gusto, ¡por Dios!), llenas de piercing, que pronuncian unas palabras con una realmente extraña fonética y con decibelios desfasados en el coche mientras escuchan canciones empalagosas. Sí, lo prometo, me atacan... (advierto que haberme criado en un barrio in de New York City of America no influye).


Debe ser un trauma o la costumbre de las niñas pijas (tan monas y tan conjuntaditas) junto a las que crecí en Manhattan, generalmente chicas como Paris Hilton (que también hay que echarle de comer aparte) de pitiminí... Pero es que el otro día iba yo a comprar el pan (como Francisco Umbral q. e. p. d.) y vi a una muchacha que... (ajjj... ) no sé si relatarlo que es la hora de comer... choni, choni, sin complejos. Poligonera más bien... y tuve que ir a la alergóloga, una doctora seria y monísima del Hospital Universitario Mount Sinaí.


Y encima esos coches tuneados, con el alerón detrás, un altavoz más grande que una paella valenciana, ajjj... que no, que iba por la calle, y la vi, a la choni de Manhattan (porque en Nueva York, aunque yo lo idealice, también hay chonis) y me puse malo. Y entonces me dije, "madre mía, esto con Reagan no pasaba".

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