18 de agosto de 2011

"La puta del baile"



La estúpida, o evidente, o curiosa manía mía de observar... La mayoría de los pueblos de España celebran sus fiestas en verano, que suele ser la mejor estación para ello; incluso este año, hasta los escritores se quedan en los villorrios (basta leer lo que escriben en los diarios, insulso y aburrido, con la chispa que tienen en invierno), dado que se gastan todo su dinero en whiskys y libros y viajes en invierno firmando libros o dando conferencias o todo ello junto. De tal modo que alguna noche se impone pasar por el baile, que en este siglo XXI es un concierto más o menos pasable de un conjunto local o nacional también más o menos pasable: hay mucha gente que sabe tocar un instrumento y mucha otra que sabe cantar. Yo ni lo uno ni lo otro y bailar...


Una de estas noches me invitaron a ir al concierto y allí me planté. Ya se sabe, en un pueblo mediano todo el mundo se conoce: "he leído tus cuentos y me gustan mucho", te dice alguien; "hacía tiempo que no se te veía, ¿acaso ya no vives aquí?", opina otra persona. Incluso puede ser que se te acerque esa joven muchacha que tanta gracia te hace y te puedas permitir cierta leve conversación para conocerla mientras la invitas a una copa. Te habla sin pudor el sabelotodo: "lo que tienes que hacer es escribir cuentos como el titulado... que son los que mejor se te dan". Aparece también la cotilla: "sí, sí, muy buenos esos cuentos, pero... ¿quién es esa Mamen que los protagoniza?". Por cierto, que ya no los protagoniza, lo cual indica que hace tiempo que no lee.


Pero, lo curioso de la noche en cuestión, es que mientras me relacionaba con la gente, especialmente con el sexo femenino, que para eso es verano, son vacaciones y las mujeres leen más y son mucho más críticas y mucho más exigentes, la descubrí. Mujer de aproximadamente veinticinco años, con un elegante traje negro y unas hermosas piernas; demasiado pintada para esa edad; se fumó dos o tres cajetillas con ese aire de mujer fatal que tanto me gusta del cine: realmente se la notaba nerviosa y fuera de lugar. Acompañaba a un lugareño que le sacaba treinta y tantos años y se notaba que era, evidentemente, una de esas señoritas de compañía que se anuncian en webs selectas y que algunos periodistas han denunciado (y les creo) como prostitución subrepticia. O era eso o metí la pata enjuiciando con solo mirar, pero fue mi apreciación.


La miré y me miró; quizás se dio cuenta que la había calado, quizás no y resultó que prefería el grupo de jóvenes entre quienes me moví aquel rato. No lo sé... me hubiera gustado hablar con ella y poder terminar este relato con una frase del tipo "¿por qué me miras?", o algo así. Pero, de repente, vino otra persona: "¡Oye!, ¿tú escribes teatro, no?".

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