3 de octubre de 2011

"Mirar veinte años atrás"



Cuando cocino, algo que hago frecuentemente como terapia, me falta algún ingrediente; lo reconozco, soy poco previsor. Aquella tarde quise trabajarme un poco más la cena, ya que había tenido un día duro y estresante. Me faltaban un par de cosas para la ensalada y debía comprar algo de carne fresca, pues no había tenido tiempo de descongelar nada. Se terciaba, pese a la lluvia, una visita al supermercado más cercano.


A tal hora y con un tiempo tan inestable lo habitual es que te reciba el personal y que haya dos o tres marujas despistadas, nada más, entre los estantes, pero aquella tarde la algarabía corría de parte de dos o tres chiquillos que correteaban, sin prestar atención ni a la madre ni a los demás clientes. "Cosas de críos", pensé, mientras buscaba la pimienta en el estante de las especias.


Entonces la vi. Veinte años atrás, en el Instituto, estuve enamorado de ella. De esos amores irracionales que tienen más de despecho que de aprecio. Su cabello estaba ahora teñido, era evidente, y el cuerpo algo más relleno. Claro, que yo tampoco estoy igual, qué decir. Percibí que los dos chiquillos eran suyos y que se parecían al hombre que iba con ella, también antiguo compañero, de los gamberretes que estaban hacinados en Jefatura de Estudios.


Miró hacia donde yo estaba, buscando a las dos fieras que tiene por hijos, pero me vio a mí. Es fácil reconocerme, sobre todo desde que salgo tanto en la prensa hablando de Literatura. Dejó al marido en la cola del pesacado (frecuentada por la típica señora que no sabe qué quiere) y se me acercó; cálidamente me dio dos besos y dijo el arquetípico "¿Cómo estás? ¡Cuánto tiempo!" Dos o tres frases más de cortesía y se fue porque le tocaba el turno. Yo encontré la pimienta, por fin, y fui a pagar.


Al salir quise pensar en lo que me había perdido o había ganado si la historia hubiese sido otra, pero me di cuenta de que la vida te sale al encuentro: tenía invitados en casa y la carne sin hacer.

No hay comentarios: