2 de mayo de 2012

"El viejo Willy de Montana"


En la compañía de seguros yo era el último pringado al que le tocaba realizar las tareas que nadie aceptaba, de tal suerte que era el jefe el que me las imponía. Así que un mes de noviembre o diciembre de hace unos años, no sé cuál, me metí en el Ford desvencijado y con problemas de embrague y tuve que ir a Montana a buscar al viejo Will Mayers para darle los 250.000 dólares de su plan de pensiones. El viejo Willy era un tipo solitario, granjero que no tenía internet ni teléfono ni televisión: únicamente leía de vez en cuando el periódico local con las estúpidas noticias de allí y si le remitías una carta nunca respondía. Por eso, imagino que entenderán, tuve que ir con el cheque hasta Montana. No era caso de que los 250.000 dólares se perdieran por el camino y la compañía tuviera que correr de pleito en pleito. Ya se sabe cómo son los Estados Unidos de América.

 Yo conocía a Willy de otra vez que tuve que bregar con el embrague del Ford, la caja de cambios gruñendo, los bares de carretera con su insípido café, las grasientas hamburguesas y tantos quilómetros entre Nueva York y Montana. El viejo se enrollaba porque tenía la habilidad de cocinar muy bien y darte de beber estupendamente en el bar del pueblo. Doce horas máximo para hacer la gestión y descansar y adelante, de vuelta. Aquella vez el viejo me escrutó con sencillez, cenó apaciblemente hablando de los Lakers y se emborrachó conmigo y con John, el dueño del bar. A la mañana siguiente, cuando volví al coche camino de Nueva York me dijo:

 -Chico, olvídate de esa mujer y vive la vida, no merece la pena que sufras por ella.

 ¿Cómo lo supo? ¿Mi cara hablaba? Jamás lo volví a ver.

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