9 de marzo de 2013

"Una niña de papá"


Cualquier noche en la ciudad, cuando uno se pone el sombrero y esconde la pistola bajo la chaqueta, es sumamente peligrosa. Si me hice detective, lo confieso, fue porque uno usa a cada instante la inteligencia y la observación; pero eso no es un seguro de vida -y mucho más ahora con tanta mafia y tanto matón atlético-, porque un detective a la vieja usanza -sí, debo el último recibo del teléfono, el alquiler del apartamento, me cortaron el gas y el whisky que me ponen en la Gran Vía es tan malo que no le doy a mi hígado más de tres años- todo lo fía a la buena suerte y tener baraka no es bastante: hay que ser tramposo. Ella era la hija de unos ricos del barrio de Salamanca a quienes quería chantajear simulando su propio secuestro. Me llamaron, fui, me olí la tostada y dije que , sin pensarlo. Di con la cocainómana en unos apartamentos de Doctor Fleming, bastante pasados de moda y malolientes, ya bien entrada la madrugada. Lo intento: melodrama, seducción, sexo, alcohol, todo, con el fin de que los veinte millones de papá fueran suyos -me prometió uno, imaginarán-. Simulé bien, a mi más viejo estilo teatral, hasta que la llevé ante papá... cuando cogí mis seis mil, ella me miró con cara de odio: "Una mujer hermosa como tú no se enamora de un tipo como yo, si no es para engañarlo", le dije, mientras me calabra el sombrero, encendía un pitillo de mala marca y me subía al 74.

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