9 de septiembre de 2013

"Apariencias que engañan"


El hombre aquel, sentado discretamente a la puerta de su casa, de un pueblecillo segoviano, me lo dijo quedamente, pero muy claro: "Hijo, mejor que te la enreden a la entrada, porque a la salida ya habrá pasado demasiado tiempo". Y el caso es que el anciano tenía razón, porque las apariencias tienden a engañarnos. Sin ir más lejos esa niña monísima -esta mañana, lo confieso- con apariencia de pija, mejor, de pijísima. Sorpresa por verla en el lugar y el momento en que ha sido vista, no en el barrio de Salamanca, por ejemplo. La anécdota viene cuando la sorpresa parecía apagarse: la chica, que iba hablando por el móvil, va y se sube a una furgoneta desvencijada, blanca por más señas, con dos o tres cristales sustituidos por cartones, que mitigan el aire y el frío -en invierno, claro-. Conducía ella. La estupefacción ha sido enorme. Y es que la apariencias, con más frecuencia de lo que uno espera -o debería esperar-, engañan. Como las palabras, esas que contradicen los hechos (muchas veces). Ya lo dijo el anciano, antes de irme: "Alguien que no te mira a los ojos, malo".

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