A veces parece que la Generación de 1927 se reduce a dos o tres nombres entre los que están necesariamente Federico García Lorca y Pedro Salinas, entre otros. Uno de mis poetas favoritos del siglo XX es Gerardo Diego. En el Instituto madrileño en el que enseñó literatura estudié yo mi Bachillerato e hice las prácticas del CAP enseñando el ‘Cándido’ de Voltaire. Diego fue el antólogo de la generación y con él fue con el primero que se enfadó Juan Ramón Jiménez. Esa antología (ahora reeditada por Cátedra con prólogo del profesor y poeta José Teruel) recogió la gran esencia de la poesía española de lo que José Carlos Mainer llamó ‘Edad de Plata’ (1902-1939). Tuvo sus detractores pero ha sido uno de los corpus más esenciales, innovadores y con proyección de futuro de la poesía española del siglo XX. Gerardo Diego, que fue vanguardista en su juventud, amigo de Jorge Luis Borges, Vicente Huidobro, Juan Larrea y maestro de José Hierro, resultó un excelente sonetista en su madurez, cuando frisaba la jubilación en las aulas de enseñanza femenina del ‘Beatriz Galindo’. Dos de esos poemas los he querido recoger en esta entrada, porque ya se me ve el plumero (Dionisio Ridruejo incluido) de que estoy muy reivindicativo con este tipo de poema introducido por Garcilaso y Boscán en nuestra Península en el siglo XVI. Como hay días que me siento tan incomprendido como Gerardo cuando lo repudió JRJ y es uno de mis poetas más leído y más estudiado, he querido recordarlo. Que no se nos olvide que el conservador de la Generación de 1927 que se quedó en España tras la guerra para dar clase y entrar en la RAE se llamó Gerardo Diego.
Tú me miras, amor, al fin me miras
de frente, tú me miras y te entregas
y de tus ojos líricos trasiegas
tu inocencia a los míos. No retiras
tu onda y onda dulcísima, mentiras
que yo soñaba y son verdad, no juegas.
Me miras ya sin ver, mirando a ciegas
tu propio amor que en mi mirar respiras.
No ves mis ojos, no mi amor de fuente,
miras para no ver, miras cantando
cantas mirando, oh música del cielo.
Oh mi ciega del alma, incandescente,
mi melodía en que mi ser revelo.
Tú me miras, amor, me estás mirando.
Tú me miras, amor, al fin me miras
de frente, tú me miras y te entregas
y de tus ojos líricos trasiegas
tu inocencia a los míos. No retiras
tu onda y onda dulcísima, mentiras
que yo soñaba y son verdad, no juegas.
Me miras ya sin ver, mirando a ciegas
tu propio amor que en mi mirar respiras.
No ves mis ojos, no mi amor de fuente,
miras para no ver, miras cantando
cantas mirando, oh música del cielo.
Oh mi ciega del alma, incandescente,
mi melodía en que mi ser revelo.
Tú me miras, amor, me estás mirando.
Insomnio
Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes.
Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo,
y tú, inocente, duermes bajo el cielo.
Tú por tu sueño, y por el mar las naves.
En cárceles de espacio, aéreas llaves
te me encierran, recluyen, roban. Hielo,
cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo
que alce hasta ti las alas de mis aves.
Saber que duermes tú, cierta, segura
-cauce fiel de abandono, línea pura-,
tan cerca de mis brazos maniatados.
Qué pavorosa esclavitud de isleño,
yo, insomne, loco, en los acantilados,
las naves por el mar, tú por tu sueño.
Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes.
Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo,
y tú, inocente, duermes bajo el cielo.
Tú por tu sueño, y por el mar las naves.
En cárceles de espacio, aéreas llaves
te me encierran, recluyen, roban. Hielo,
cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo
que alce hasta ti las alas de mis aves.
Saber que duermes tú, cierta, segura
-cauce fiel de abandono, línea pura-,
tan cerca de mis brazos maniatados.
Qué pavorosa esclavitud de isleño,
yo, insomne, loco, en los acantilados,
las naves por el mar, tú por tu sueño.
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