15 de julio de 2011

"Salir del túnel"



Cuando salí de la terapia comencé a sentirme mal. Parece inaudito, pero así fue; en ese momento me entró el pavor de hallarme en la calle, la angustia de no saber qué hacer después de la guerra: yo no sabía más que ser soldado. La sensación de soledad me hizo vagar por las acarameladas calles de la capital hasta hoy, bajo el inclemente y cruel invierno -que alguien debió bautizar infierno y, aún así, lo prefiero al verano y su crudo calor-. Todas las caras habitaban un extenso temor, terror a ser reconocidos; ninguno se salvó de la quema: todos cometimos atrocidades y, aunque yo jamás maté a nadie, sí robé lo que era de los demás y señalé con el dedo índice a quienes consideré que eran mis enemigos. Ahora la libertad, un país extraño, callejeado después de la terapia. En ese asqueroso comedor no dan nada... no saben que soy rico, un ex teniente coronel rico y que su sopa aguada con diez o doce garbanzos no me sirve de nada. A partir de ahora celebraré el final de las hostilidades con caviar y champán; haré que me suban a la habitación un buen salmón ahumado noruego y una bonita señorita de compañía. Pago en dólares, que es lo que he conseguido por intercambiar las valiosas piezas del Banco Nacional. ¿Quién dijo que una guerra es cruel? A mí me ha ido muy bien. Pago en efectivo... Aunque, sinceramente, hace días que ese tipo de ahí, el del gorro y el periódico, al que no veo bien porque me falta vista; sí, ese, creo que se fija mucho en mí, demasiado: habrá visto que manejo cierto dinero; en esta ciudad hay muchos ladrones, muchos asesinos, muchos delincuentes. Le voy a dar un escarmiento fácil, una buena paliza... y luego que se vaya y me deje en paz. He de disfrutar de mi victoria.

-¡Eh!, tú, ven... sí, tú, el de la gabardina. ¿Qué buscas de mí? ¿Mi dinero acaso?

- No, estúpido, tu vida... sólo un vulgar ratero deja pistas de donde pisa: ni el caballo de Atila.

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