16 de febrero de 2012

"Poli de interrogatorios"



“Detrás de esa puerta no hay una cara bonita, solamente hay delincuentes”, dijo Anderson mi primer día, echándome la bronca.

Sigo buscando a la mujer perfecta y empiezo a comprender que no existe. Quizás sea un lobo solitario; igualmente puedo ser un creído de mierda o un egocéntrico empedernido: un tipo que el fin de semana se toma dos o tres perritos calientes en un puesto callejero de Nueva York y después se mete entre pecho y espalda medio litro de bourbon. Un poli a la vieja usanza, como en tiempos de Ike.

La sicología humana es complicada y por mucho que uno aprenda aquí, en la sala de interrogatorios, no le sirve: cada persona es un mundo. Anderson, por ejemplo, tuvo tres o cuatro mujeres, he perdido la cuenta, y está más sólo que la una; pues aún se empeña en decir que las mujeres son complicadas… ¿algún defecto tendrá él, digo yo?

Yo hago siempre los turnos de noche, los que nadie quiere. Nadie me espera en casa, nunca me suena el móvil con una petición, una exigencia o un reproche. De hecho, la última vez que tuve pareja era tan light la cosa que ella estaba con otro al mismo tiempo que conmigo.

En fin, entraré de nuevo a ver a esa chica rubia, que me dirá que no hablará si no está su abogado; o que no ha hecho nada; o que nos hemos equivocado; luego se arrepentirá; después, confesará y, finalmente, tendré que tomar un perrito caliente con ella, mientras su abogado llega, hablando del tiempo o de los Lakers.

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