14 de noviembre de 2012

"La soledad del parado"


De repente me encontré allí, en aquel parque, frente al lago artificial, lanzando como un niño piedrecitas al agua, incluso después de que un guardia me llamase la atención. Allí son muy severos con el medio ambiente y el conservacionismo y todo eso. De repente me vi sólo, por vez primera en diez años, sin ella, sin los niños, sin mis padres, sin algo que hacer en casa al atardecer, sin el ruido de la oficina, sin las conversaciones íntimas entre empleados a la hora de comer, sin tener que coger el bus y esperar bajo la marquesina, sosteniendo una conversación ínsulsa con la típica anciana que se queja de todo, pero que tiene una cara estremecedoramente tierna. De repente me di cuenta que había pasado el tiempo, que aquel no era mi país, que yo únicamente era un extraño en medio de aquel solitario parque, que el paro y la inacción me habían convertido en un joven -aún- que no tenía nada que aportar a nada ni a nadie, ni siquiera a esas dos niñas pequeñas de la fotografía de mi cartera que se decían hijas mías y que tras la separación jamás había visto, y ya iba el calendario para cinco años. De repente me dejó de interesar el sexo, el vino, el fútbol, el periódico de siempre, levantarme tarde el día uno de enero, todo eso que haces con aliento y ánimo cuando estás vivo. De repente las palabras que me habían dicho los demás sonaban huecas, esotéricas, estúpidas, porque no hay ninguna que te devuelva la autoestima cuando estás metiendo en una caja las cuatro cosas que posees -entre ellas tus títulos universitarios devaluados-. De repente la corredora que pasa frente a mí no me inspira ni me dice nada como mujer, cuando muchas tardes mi ruta del footing era seguirlas para deleitarme mirando los leggins ceñidos a su trasero. De repente la vida había cambiado enormemente para mí, sin decirme nada; cada día igual a otro; cada mañana igual de insípida que la tarde. De repente no quise echarle las culpas a nadie porque nunca tendré a los culpables frente a frente para podérselo decir alto y claro a la cara. De repente yo ya no era nadie.

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