8 de noviembre de 2012

"El recodo del camino"


Es mejor no descubrir a quién va dedicado este relato.
(Algún día espero poder decírtelo)

Decía aquella sicóloga -y yo estaba sentado frente a ella- que el otoño a veces atenaza a las personas. Y es cierto que he sentido eso en muchas ocasiones, aunque no es lo mismo un otoño en Boston ni en Madrid que en un pueblo, sobre todo si este está poco habitado. Siempre me decían los maestros que en la vida hay que escoger una opción u otra y, de este modo, construirse a uno mismo: da igual que trabajes en la prensa, que seas un escritor en ciernes, un profesor sumido en el esperpéntico recorte político o un viejo caminante... Eso da igual. Tengo para mí la costumbre de observar bien las cosas que me circundan, como los viejos detectives de las novelas; como se dice, además, que debe hacer todo buen plumilla o como te enseñan en el curso de formación para detective privado. Y eso hago. A veces veo que mi coche se introduce en el carril contrario porque me ensimismo con el paisaje, que siempre dice mucho.
Aquel día llegué el primero -esa es otra máxima que me dijo un día un buen detective: "amigo, llega el primero y vete el último y serás tu el que cuente la mejor versión de la historia"- y vi a la muchacha allí. Jamás, y se lo cuento yo -ustedes me conocen de otras historias-, me ha impactado tanto una mujer...; un impacto súbito en primera línea de flotación -no se pierde el aliento tan fácilmente-; y después la he ido siguiendo... Así, a veces, me siento deprimido por haber llegado demasiado tarde a la vida de algunas personas, a su vida -aunque aquel detective me dijo en otra ocasión: "a lo mejor has llegado demasiado pronto, deja lugar a la duda"- pero jamás me cansaré de estar orgulloso de haberla descubierto; aunque el pago de su precio sea guardar silencio.
Los afectos silenciosos son los más puros, como esos pueblos abandonados del Norte, que guardan la esencia de los siglos. Hay que ser muy valiente para sentir en silencio, hay que ser muy duro para aguantar el otoño sin poder decir, sin manifestar lo más mínimo -y no digo que sea una mujer casada-; hay que construir una gran historia de otoño diciendo que el silencio es el más absoluto de los poderes. Esto lo vi aquella tarde cuando paré el coche al norte de la provincia de Burgos, hace un par de semanas; cuando de nuevo pensé en ella y sentí que la soledad de aquel pueblo abandonado estaba ocupada en su totalidad por ella.

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