29 de septiembre de 2013

"Recuérdalo tú, recuérdalo a otros"


A las cinco de la tarde, la maldita hora (en ese caso) taurina. Mientras que muchos corazones suspiraban el amor del verano, mientras las mujeres cantaban cosiendo tras la siesta, mientras el mulero iba a casa deseando dar un beso a su mujer morena, mientras nacían niños entre zozobra, mientras velaban a su muerto aquellas mujeres españolas de negro, mientras en el horizonte se cernían la tensión y el odio... A las cinco de la tarde empezó todo. A gritos, con carreras, soldados a las camionetas, bandos en las paredes... gente que corre más fuerte que nunca a casa con el dolor de no saber dónde estaba el chiquillo o el marido o la mujer que había ido a los ultramarinos... Aquellos ojos que martilleaban las armas; política española que no sirve para hablar... Pasos en los salones... Unos que se alegran y otros que lloran. Sentimientos y después sangre. Aquí no hubo ni paz ni piedad ni perdón... A cal y canto, las casas... Y de noche, el miedo del ascensor que se para en tu piso; el golpe maldito en la puerta. El derecho a todo y  a la nada como diálogo. Sangre que tiñó la tierra baldía (entonces) de España, con el deseo en el corazón de que sus nietos un día vivieran mejor... A las cinco de tarde empezó todo, anunció la muerte de cientos de miles de seres humanos que sentían y que padecían. No caería en vano aquella sangre, siempre que sepamos que un mundo mejor y más libre late en nuestros corazones si sabemos resistir y renunciar al futuro rígido que nos dictan: las cinco de la tarde de los corazones, no las cinco de la tarde de otro espacio. También eran las cinco de la tarde más o menos cuando sonó su teléfono, el de Adolfo, años después: "elevar a categoría de políticamente normal lo que a nivel de calle es, sencillamente, normal". A las cinco de la tarde de una calle cualquiera de España...

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