13 de noviembre de 2016

Un café en soledad

Lo mejor que tiene tomar un café en soledad, o en la soledad de una cafetería que no recoge a nadie a primera hora de la mañana, es que puedes pensar o recordar cosas que, en caso de estar acompañado (de ese noventa por ciento de gente que no tiene tiempo para un café), no pensarías. Mientras el café humeante pierde un poco de su hervor, tú puedes mirar despacio el periódico, con toda esa suerte de desgracias que amargan el mundo; o quizás te venga a la mente un nombre, sea de quien sea, que hace semanas o meses o años que no recordabas. El silencio de la soledad, una mañana rural, te permite evocar palabras del pasado, miradas, gestos o, incluso, gritos, como una especie de terapia que se desarrolla los minutos que dura el café en la taza. La gente se empeña en no recordar, cuando estamos todos construidos de recuerdos y experiencias, pero ya se sabe que la gente va a lo fácil, lo bonito, lo superfluo... que pensar es de listos. Últimamente el narrador no evoca abrazos, por ejemplo, o momentos clave, sino ausencias y las ausencias no son sólo de personas, sino ausencia de sabores u olores del pasado, ausencia de conversaciones, ausencia de lecturas que evadieron al lector, ausencias de querencias que han desaparecido... y es que dicen que el café mueve la mente y quizás sea verdad.

1 comentario:

victoriafol dijo...

Es verdad,en este mundo estresante pararse y tomarse un minuto para sí mismo es quizás pedir demasiado ...pero hay q intentarlo y decir -q pare el mundo (un minuto)q yo me voy a tomar un café .