29 de octubre de 2016

Intemperie

Existen miradas que, puestas a decir, no dicen nada; en cambio, hay pequeñas cosas que lo dicen todo: unos pasos, unos vaqueros bien puestos, una sonrisa a destiempo, una foto en blanco y negro, un mimo a destiempo o una caligrafía perfecta... Todo eso que ha desaparecido detrás del pensamiento único de la televisión, la tablet o del creernos que lo sabemos de todo porque nos documentamos malamente en Internet. Acabó lo hermoso de la emoción, la sonrisa de los niños abriendo regalos, el truco y trato de Halloween, quedar para hablar, decirnos por carta, amar sin poder decirlo, llamar y colgar si no era la persona deseada quien descolgaba. Ahora se sabe todo, todos opinan, dicen, creen, saben y son infalibles, pero hay menos empatía y más faltas de ortografía, de tacto y hasta de besos con lengua que nunca antes, según las últimas estadísticas. Cuanto más se publica, menos se lee y hay hasta quien presume de que su lectura favorita son los mensajes del whatsapp, como si su indigencia vital en el páramo fuera la medida de todas las cosas y no el platino-iridio de París. La mujer perfecta es la modelo de la televisión, así como si las miradas o pantorrillas de las calles, del tren o del centro comercial no fuera lo más hermoso del mundo; el modelo triunfador es el millonario deportista que no sabe poner tildes en 'camión', pero que calza un BMW por mucho menos mérito que un cirujano cardiovascular en un mundo que no entiende ni Perris. Incluso está la guapa que se ríe de la poesía, porque eso no vale para nada, mientras la enamora su cani que no sabe que la letra de cuanto se canta, se dice o se ama es pura poesía. Esa calle a la intemperie da miedo, siempre da miedo, hasta que ves que algún adolescente esconde entre sus manos un manual de instrucciones emocionales que lleva por título Rimas y que firma aquel ingeniero guaperas del siglo XIX que respondía por Gustavo Adolfo Bécquer.

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