28 de enero de 2020

Leer de pie

En estos días, en que tan de moda está no leer -cuando más cultura se necesita-; en estos tiempos, en que muchos jóvenes consideran que leer es la peor herejía en que se puede caer... justo ahora es cuando recuerdo aquellos días en que tomaba el metro. Entrar en el metro, una mañana cualquiera y en hora punta, imprime carácter: bajar las escaleras acompañado de una multitud desconocida; correr hasta el vagón más próximo para pillar un asiento -si lo hay, que está chungo ya de buena mañana-; sacar la mano para ver en el móvil la hora... En fin, todo eso es un ritual que muchos ciudadanos realizan todos los días, de lunes a viernes al menos. Los desafortunados, además, los sábados y algún domingo de añadidura, un fastidio vaya. Pero, hete aquí que, cuando yo pensaba que allí, en el vagón del metro, reconcentrado de gente y, a veces, de aroma a zapatilla, la gente desvariaba, no era así: la gente no se conforma con que su vida sea, como la de otros, monótona y absurda, no. Pensaba también -por entonces- que la gente iba hastiada al curro, resignada, como con desgana, pero no: ¡llevaban lectura! Recuerdo que, en aquella época, la gente leía 20 minutos, Metro y, algunos afortunadados con un euro y pico en el bolsillo, El País. Otras, sobre todo chicas, por eso el femenino, leían libros; pero no noveluchas del tres al cuarto, no: El ocho, El código Da Vinci. Llegué a ver, entre las blancas manos de una veinteañera, Troteras y danzaderas, de Pérez de Ayala. Otro día vi Cinco horas con Mario, de Delibes. A uno -y este sí que era chungo, lo prometo- le vi leer a Platón, ahí es nada. A veces me sentía de menos allí abajo en el metro: yo leía cuentos contemporáneos norteamericanos y adolescentes de algún Instituto de la ciudad llevaban Cien años de soledad, lo que me dio rabia, porque La fiesta del Chivo, de Vargas Llosa la llevaba una alumna únicamente, que tenía entre sus manos -no sé si lo sabía- un novelón de los clásicos. Justo esto he recordado, a quellos lectores que no querían ser máquinas monótonas que ni sienten ni padecen. Gente diferente, desde luego, gente inconformista, gente rebelde, gente revolucionaria... gente que lee.

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