15 de octubre de 2011

"La chica que habla en la noche"



Yo siempre he pasado desapercibido. Yo siempre he querido que me creyeran tonto. Yo he intentado casi siempre estar en el lugar adecuado. Yo nunca le he dicho a ella que la quiero. Yo nunca he tenido suerte en el amor.


Cada día tengo más casos que resolver y puedo asegurar que con esto de la crisis los delitos despuntan, como si la gente se entretuviese en hacer putadas en lugar de buscar soluciones. Así, algunos días, cuando salgo del gabinete entro en el bar que hay en la acera de enfrente; un tugurio bastante interesante y con parroquia habitual, llamado Tiffany's. Hasta ahí todo normal. Cada cual a lo suyo; unos su Budweiser y yo mi bourbon. Aquí uno no puede meter la pata, pues por un whisky escocés on the rocks te clavan 12 pavos y se quedan tan tranquilos. Antes había detrás de la barra un tipo gordo, sudoroso, asqueroso -si algún día hecho tripa pediré a alguien que me pegue un tiro-. Se debió ir o le cascó un infarto o algo, de tal suerte que han puesto en su lugar a una chica joven, morena, guapísima, española. Lo que se conoce con la expresión machista y castiza de "tía buena". O yo percibí eso.


Cada vez que voy allí pego la hebra con ella. Que si está aquí para perfeccionar el inglés, que si no le gusta la City (pero tiene ya un montón de amigos -así cualquiera, digo yo, simpática y hermosa: mira tú como el otro que había no tenía tanta predicación-) y todo eso. Es como si yo fuera aún adolescente, que se me cae la baba con la muchacha; sí. Y como yo también soy un español exiliado allí, alguna que otra vez hemos ido a cenar, a tomar una copa en otro lugar, al cine; cosas de esas que te ayudan a combatir el hastío de la City y a dejar de lado la soledad. El amor...


"Te invito a mi casa", me atreví a decirle -con las palpitaciones a miles de revoluciones por minuto-. "Vale", me contestó, con total normalidad. Yo, cuando por ejemplo llamo a una chica y le propongo que se tome algo conmigo, tiemblo; y si nadie me cree, hacemos la prueba. Ya se sabe cómo fue todo en mi apartamento: una peli en la FOX, otra copa y... cama. Hasta que más o menos de madrugada (las cuatro y diecisiete minuntos, para ser exacto) oigo una conversación intensa y monótona; alguien que habla. Ese diálogo, o mejor monólogo, se unía a una suerte de pasos, algún ronquido, quejido y todo eso que trae la noche, el cansancio, los nervios. ¡Madre mía qué suplicio! ¡Unas divagaciones! ¡Unos gritos! ¡Unas discusiones! Llegué incluso a creer que me había dejado encendido el televisor.


Hasta que me despierto y me sorprendo: "joder, para una vez que ligo, la tía habla sola de noche". Y su perro que le sigue el juego y al unísono ladra. La chica morena esa tan mona... ¿quién lo diría?

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