17 de septiembre de 2012

"Incomunicación"


Llegar a una casa que compartes con una persona tan distinta a ti es una rutina al principio, más tarde es un refugio en el que caer tras otras actividades, al final no es más que una costumbre susceptible de ser rota en cualquier momento. Cuando iba a la Facultad y compartía piso con otros estudiantes en una pequeña capital de provincias el ritmo de la vida era rápido: cuando uno no estudiaba estaba en una fiesta o se montaba una timba, aderezada de tabaco, alcohol y pizza. Luego uno madura y comparte su vida con esa otra persona que te fascina, al principio por todo, pero el paso del tiempo lo va mitigando y ves algunas cosas no tan fascinantes. Llegar a casa más tarde y prepararse uno la cena mientras en el salón suena la televisión; tener el hijo a turnos, sobre todo el fin de semana, porque es imposible en un país como España compaginar hogar y curro; las discusiones por los olvidos -fechas, compras, pagos, llamadas, la fiesta de la amiga tal, el estreno teatral, el partido del niño...- y esa sensación de que quizás conociste a la otra persona poco, que debiste haberla estudiado más y más a fondo, para cerciorarte que una unión así sea un lujo y no un saldo que acabará en la casa de empeño. Esa frialdad de un piso que vas pagando a plazos al banco y las vacaciones que no son ya como las de adolescente ni tienen ese sabor romántico de entonces ni la libertad de aquel momento. Dicen que hay parejas felices, por supuesto, pero este es el mundo de la incomunicación, justo cuando más medios para comunicarnos tenemos.

1 comentario:

warry74 dijo...

La cruel e inevitable rutina. Unida al Ser por su sencillez.