22 de noviembre de 2013

Más JFK


Tomar decisiones a favor de la mayoría es complicado; hablar claro cuando la gente lo necesita es complejo; tener un proyecto en mente y requerir la concurrencia de la mayoría es arriesgado; plantar cara a los intereses de la inmensa minoría para favorecer a la inmensa mayoría era y es un precio que hay que pagar. Lo que sí sé es que el protagonista más destacado de la segunda mitad del XX en los Estados Unidos y la relevancia de su política para Occidente lleva hoy cincuenta años muerto y, creo, casi todos nosotros tenemos claro el por qué y quién... Yo, por ejemplo, estoy leyendo ahora en inglés sus discursos; vale la pena, por ejemplo, detenerse en el Discurso inaugural, pero también el de Berlín; vale la pena, insisto, recordar aquel "no te preguntes qué pueden hacer los Estados Unidos por ti, sino qué puedes hacer tú por los Estados Unidos". Hoy nadie, absolutamente nadie en política, es capaz de tener clara la concepción de sociedad: en España, creo que sólo Suárez fue capaz de aglutinar una ilusión parecida. Ahora bien, su legado está inmaculado y sus discursos y el empuje de su política no los puede borrar la Historia. Bien distinto a nuestros días, cuando priman los intereses de unos pocos para perjudicar a la inmensa mayoría; cuando se dan los discurso tras la pantalla (a aquel, ya saben, le pegaron varios tiros a coche descubierto) o cuando gestionar una ciudad se hace imposible si no eres capaz de levantar un teléfono... La gente tiene por costumbre, insisto, en decir que todos son iguales, que todos son lo mismo, que todos hacen exactamente igual. No es lo mismo ir a Berlín a decirles en perfecto alemán que tú también eres un berlinés y que el Muro, el telón de acero es una ignominia, que ir a Berlín a recibir la consigna de recortar en Educación o en Sanidad. Ni es lo mismo ni son lo mismo ni es igual. Ojalá hubiera, de nuevo, otro JFK.

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