Entras en el lugar, a media luz y allí está ella. En ese primer flash
la chica te sonríe y te pregunta qué vas a tomar; con la obviedad del lugar, la
hora y el instante; pides un café… pero tras su mirada hay algo que te llama la
atención y, sobre todo, su sonrisa: esa forma de sonreír, mirando detenidamente
hacia tus ojos, que te hace sentir tímido. En fin, decides decir quién eres, tu
nombre y varios datos más: “total, será un momento”, piensas. De repente ella
te dice su nombre, Irene, que te suena a algunos más que suenan exactamente
igual: en La Mancha, en Madrid, donde sea. Mientras vas a mandar un whatsapp a
Extremadura, Albacete o Andalucía, para saber de las personas que hay que saber…
ella te deja hacer, pero cuando pasa frente a ti (en uno de sus instantes de
hiperactividad: tecleando las comandas, sirviendo cafés a diestro y siniestro,
algún que otro sándwich, sosteniendo el horroroso cubo rojo o lo que sea) te
pregunta alguna cosa suelta. Pero… uno de esos días, tras la rutina de las
cuatro de la tarde, descubres no sólo algunos retazos leves y difusos de su
vida, no únicamente sus ojos o su forma de mirar o de sonreír, sino su memoria
de Sherlock Holmes. Con tanta gente que pasa por ese mismo sitio que ocupas y
ella recuerda qué día entras a trabajar una hora más tarde, así que no te queda
más remedio que ir a desayunar ese otro día, aunque sólo sea para comprobar que
no es un mero espejismo, que es una chica absolutamente real; que es,
sencillamente, una chulapa de Madrid en otro lugar del mundo mundial.
2 comentarios:
¡es que cuidao con las madrileñas, eh! :P
Y esta madrileña es, además, extremadamente dulce ;-)
Publicar un comentario