14 de enero de 2016

O cambio o recuerdo


Creo que alguna vez fui buen chico, pero cambié aquella época por un café cargado de un Starbucks de carretera, posiblemente en la América profunda. Hubo un tiempo, lo confieso, en que era capaz de enamorarme perdidamente y de esperar a que la chica se decidiese; pero comprendí que la vida son dos días y no podía perder uno deshojando margaritas. Así que un buen día me miré en el espejo y fui capaz de oírme decir: “¿pero qué narices haces esperando esa sonrisa, si hay al menos dos docenas de miradas con ganas de besarte”. Lo que ocurre es que tal día como hoy, con más frío que en la guerra y más lluvia que en otoño, tenía decidido poner en limpio tiempos que se fueron (ahí andaba la Musa y otros duendes de las letras –unos de verdad y otros de triste recuerdo–) y he pensado que el recuerdo o la memoria, o ambas, son dos demonios interiores que siempre te hacen meter el pie en el charco, en esa loseta que está suelta y que cuando pisas se te cala hasta la rodilla; tienes que esperar un tiempo hasta que se seca y, a veces, hasta te resfrías. Creo que cogeré un buen libro y, mientras tanto, a ver si llega un mensaje de esos que te alegran los ojillos y arrancan la mejor sonrisa del día.

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