16 de enero de 2016

En brazos de un fantasma venido del infierno

La tarde es muy fría y, aún así, he decidido salir a dar una vuelta bajo el frío del barrio de Salamanca. La calle está en penumbra y junto a mí caminan muchachas jóvenes enfervorecidas por las rebajas: algunas, creo, podrían ser mis hijas o hijas de mujeres que un día amé, pero ni yo las reconozco ni falta que les hace a ellas saber quién soy. Quiero que el lugar me permita pasar desapercibido, sin saber ni sentir; entro en una cafetería, de esas modernas en donde uno está desubicado y pido un café, mientras procuro anotar con buena letra para evitar el olvido. He decidido ser minucioso, al mismo tiempo que no responder ni escribir mensajes con cierta dirección: donde habite el olvido, debe ser la solución. Al fondo, creo ver en los rasgos de una chica joven -que se da el lote con un tipo de su edad, decorado con acné y un tupé que casi roza el suelo- a otra que yo pienso. 'No', me digo; no puede ser su hija ni su hermana, por los datos que obran en mi poder... y empieza la película de recuerdos y dudas que hacen que el café sepa ácido, con un toque a dolor de estómago. Cuando me levanto y lanzo dos monedas al plato de propinas, la chica desde el fondo parece como que me mira fijamente y es entonces cuando descubro que el retazo de recuerdo es descubrir a una mujer que quise en brazos de un fantasma venido del infierno. 

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