Tampoco es para
tanto ir de Núñez de Balboa a Avenida de América siendo el segundo metro más
largo del mundo; ahora en verano, quizás lo más interesante para un escritor es
observar: las caras de cansancio del que va a trabajar o viene; las
pantorrillas perfectas de la chica que necesita unos días de playa; el apego al
móvil de la mayoría… En el andén de la 9, frente al narrador, una pareja
discute sobre sus mutuos cuernos: “me arrepiento de haberte amado”, le dice
ella con acento del Sur de América mientras llora para los que la observamos.
Pienso en la tenue línea que separa el amor del odio (y viceversa), como dijo
el sabio. En el vagón, una mujer le pregunta al marido cuántos años tiene el
padre (de ella): “cincuenta y cinco”, le responde el marido; “qué va, tan viejo
no es”, reprocha después la dama. “¿Cuántos años tienes?”, inquiere ahora el
esposo: “treinta y cinco” (aunque, sinceramente, aparenta sesenta con la luz
del Metro). “Ponle que tuviera veinte cuando tú y te sale”, sentencia el
caballero cual Pitágoras. Mientras espero al bus, una joven de pelo rizado,
pantalón blanco y reloj de oro le suelta a otra por teléfono: “Es gilipollas,
pero tiene pasta y nos deja su piscina”, mientras me escruta, así como si yo
fuera el de la pasta y la piscina, que lo otro me lo evita el tiempo y la
experiencia. Cuando media hora después observo el paisaje que divide Madrid de
la Alcarria recuerdo a John Dos Passos y a Cela y me digo que antes que
escuchar por la tele a los cuatro jinetes del apocalipsis prefiero al pueblo
llano.
2 comentarios:
Totalmente de acuerdo.Y me alegra saber que compartimos la afición de observar a nuestros paisanos ;)
Gracias ;-)
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