6 de noviembre de 2018

Sin poesía no hay ciudad

Entro en una cafetería, me acomodo en un sitio alejado con un café en la mano y observo cómo una chica joven lee y subraya Las cien mejores poesía de la lengua castellana, lo mejor de lo mejor. Dos colegas suyos, que se hacen un selfie, la miran como a un bicho raro; ahí ella, leyendo, en la era de la tecnología, cuando con un click está todo, incluso lo erróneo y delictivo. Escuchándolos me veo a mí mismo en el siglo XIX, cuando en las tabernas que frecuentaba Galdós, allá por la Gloriosa del 1868, se pensaba que poetas y gacetilleros eran gentes demasiado bohemias, casi de mal vivir. Supongo que eso es lo normal: no saber que cada canción que escuchamos tiene un poema en su letra; que el amor, como mejor se expresa, es desde la poesía ("Es hielo abrasador, es fuego helado"); que cada refrán que nos decimos es un pareado (y "Ande yo caliente y ríase la gente"); que como mejor hablamos los españoles es en octosílabos ("Recuerde el alma dormida") o en endecasílabos ("España toda aquí, lejana y mía"); o que incluso hasta suspirar suena mejor si es con poesía "(Si me llamaras, sí/si me llamaras"). Ese menosprecio de la poesía es como pensar en mover un coche sin gasolina o electricidad... Me dan ganas, como don Juan, de vociferar "¡Cuál gritan esos malditos!/ Pero mal rayo me parta/ si en acabando la carta/no pagan caros sus gritos". Y tan ancho...

3 de noviembre de 2018

WhatsApp

Suena de fondo un viejo himno de los noventa, Me and You, de Alexia y vienen a la memoria aquellos tiempos en que era imprescindible cruzar medio Madrid para tomarse algo en el Café Comercial de la glorieta de Bilbao; sí, aquellos idus en los que hablar con alguien duraba horas, pero cara a cara, palabra a palabra. Cuando sentarse en la biblioteca junto a la compañera que te gustaba llevaba el aliciente de pasarte junto a ella todo un día; eso sí, rodeado de libros, esos artefactos llenos de conocimiento y de soluciones... Aquí y ahora existe whatsapp, esa aplicación que debería conectar a las personas y que, sin embargo, las distancia: como esos alumnos que lo miran por debajo de la mesa, hasta que el profesor pregunta que a quién se escribe a las 8:35 de la mañana. Esa herramienta -como se le llama- nos sirve a todos, no nos engañemos: para hablar, para animar, para enviar apoyo, para estar al día con gente que vive a kilómetros... y sirve también a otros para marcar distancias, porque un iPad en la mano te da el poder para establecer las clases en que se dividen los contactos, eso se ve en las soberbias miradas de unos pocos. El whatsapp le sirve a uno -pongo por caso- para perder su tiempo en enviar mensajes de amistad, de apoyo; para arrancar una sonrisa, para estar, además de ser; para ser social, como debe resultar en sociedad... y eso, aunque haya dedos que no respondan, como decía, que soberbia existe desde la antigua Roma, o desde Grecia... vaya usted a saber. Lo que no tiene el whatsapp, lo que le falta, lo que jamás tendrá, sinceramente, es la facilidad de poder acercarte y dar un beso en los labios a otra persona; así de evidente, como en aquella biblioteca, "de esos apretaos", como decía también otra canción de los noventa.

18 de octubre de 2018

Palabras a medias...

Pasa que, a veces, pasamos más tiempo pensando en el miedo a decir algo que compartiendo lo que decimos... Palabras que no llegan a destino, que no se dicen -y las dudas de cómo habrían caído-; palabras a medias, el no atreverse a decirlas, el hablar a medias... Historias a medias, basadas en la duda, en el miedo al miedo mismo, en dar por hecho algo que no está aún hecho. Pasa que todos nos pasamos media vida a medias, sin decir lo que toca, lo que se quiere, lo que se siente; sin dar el paso hacia un abrazo, hacia un beso que toca, hacia una mirada que lo diga todo, pongo por caso; escribo -y digo ahora- por miles de voces que no pronunciaron mil palabras y que, andado el tiempo, se preguntan delante de mí qué hubiera sido si... si realmente hubiéramos dicho lo que nos nacía de dentro o hubiésemos dicho -dentro de un orden- lo que no nos gustó o lo que no queríamos, la queja a tiempo. La gente se para a pensar cuántas personas se fueron, cuántas oportunidades se perdieron por no decir algo a tiempo, en su momento, cuando hubo que decir: es como si siempre nos hubiésemos dedicado a lo difícil, a no decir nosotros pensando que sabíamos lo que iba a decir el otro. Y creo que hablar y decir a tiempo es, precisamente, ganar tiempo... o ganar al tiempo.

11 de septiembre de 2018

Estudiar letras...

El fin de semana pasado un grupo de extraños, ataviados como en la antigua Grecia, se echaron a la calle para defender no sólo la permanencia del Griego y del Latín en el currículo de Secundaria sino, en esencia, la pervivencia de las Humanidades en el ambiente general del conocimiento, como es la Educación reglada. Los apoyo. De un tiempo a esta parte existe una corriente que anima a verlo todo en términos económico-financieros, muy del gusto de nuestra inclasificable clase política y su forma del ver el mundo -tan equivocada en mi opinión-, desarrollando además propuestas que saltan de los Presupuestos Generales del Estado a las materias que se imparten en los currículos de algunas comunidades autónomas. En mi opinión, la base del conocimiento radica primeramente en el Humanismo y en sus disciplinas de siempre, así como en la lingüística como elemento fundamental para la comunicación, para la adquisición de todos los demás conocimientos mediante la lengua y como mecanismo para la recepción y transmisión de ideas y pensamientos. De ahí que la Filosofía, el Griego, el Latín y, por cerrar el círculo, la Geografía, la Historia y los idiomas sean imprescindibles en la Enseñanza Secundaria. Frente a lo que hemos vivido la última década, la Filosofía nos aporta desde la antigua Grecia la capacidad de reflexión, de pensamiento, de entendimiento con y hacia el otro, la ética... Del Latín parte, entre otras muchas cosas, esa lengua romance (a ratos repudiada también) que recibe por nombre castellano o español y que, de momento, es la lengua madre de 500 millones de hablantes de más de medio mundo... Pero lo que los últimos de Madrid (lugar de la manifestación) pedían a gritos era que el Griego no decaiga en las aulas, esa lengua propia de una cultura que nos legó el término Democracia, la Ética, el Teatro, el diálogo como medio de entendimiento; es decir, todo lo contrario al pensamiento económico, tan escaso de sentido y sensibilidad y tan proclive siempre a que paguen justos por pecadores. En definitiva, aquellos que todavía creemos en la validez y utilidad de estudiar letras no sólo pedimos la existencia de esas Letras en la Enseñanza, sino a pensar, a dirigir y a gobernar con la cabeza y el corazón.

23 de julio de 2018

La estación centroeuropea

Estoy en uno de esos países pequeños del centro de Europa, a las nueve o diez de la noche. El andén está totalmente desierto, en el oscuro invierno de un año sin número. Llega con retraso, como casi siempre y aunque estoy pensando en tomar un café y una aspirina, lo dejo para cuando llegue a la capital, en donde impartiré una conferencia al día siguiente. De repente veo una chica sentada en un banco de madera, quizás puesto allí en la guerra mundial, quién sabe... La muchacha lee unos apuntes y con un subrayador amarillo resalta lo más importante. De vez en cuando se ve la cabeza del jefe de estación, poco más... como la cosa va para largo decido vencer mi timidez y hablar con ella: de allí nacen palabras literarias, su amor por la lengua española, su familia agrícola, sus ganas de visitar Toledo y algunas cosas así... El tren llega y ambos subimos en vagones distintos, aunque nos citamos en la plataforma para seguir con lo emprendido. La parada de un pueblo sin nombre en mitad de la nada se nos viene encima; ella se despide con cariño; pero... se me olvidó pedirle el móvil...

11 de junio de 2018

La chica del pupitre de al lado

Algunas veces me pregunto qué será de ella... Debió de ser en alguna de aquellas clases de la tarde, quizás francés, quizás historia de la lengua; aunque de lo que estoy completamente seguro es que fue en una de esas aulas con mobiliario moderno, probablemente hoy ya deshecho por el paso de otras generaciones. La muchacha aquella era tremendamente rubia y debía venir de uno de esos pueblos del sur de Madrid, que un día se denominaron 'cinturón rojo', porque coincidí con ella en el cercanías mil veces... La primera tarde del curso ella se sentó junto a mí y no pronunció palabra; la segunda, tres cuartos de lo mismo, pero algunos días después y con el pretexto de pedirme unos apuntes me debió decir su nombre, hoy totalmente inexistente en mi memoria. En aquel tiempo, a aquellas horas y con aquellos trenes de cercanías pasó el invierno y hubo tardes en que decorábamos el aula cuatro o cinco almas bien intencionadas, ella y yo incluidos, ávidos de apuntes que originaran un mediocre aprobado y a otra cosa, tengo para mí. Algunas veces me pregunto qué será de ella... porque con la primavera y el aprobado dejamos de compartir materia y, como se trata de aquel entonces, no le pedí un teléfono, probablemente porque en aquellos idus no proliferaban tanto como ahora. He mirado mis apuntes y mis agendas de esos años, en busca de su eco, sin suerte ni recuerdo...  El caso es que parece que aún resuenan sus palabras, tímidas y su sonrisa, meridianamente expresiva... y ese recuerdo de un cabello rubio, tremendamente rubio.

3 de junio de 2018

Es el tiempo...



La tarde invita a salir a la calle, quizás un instante, el justo para tomar el aire, ver cómo el sol de hoy muere y cómo la gente comienza a vivir de puertas hacia afuera. De pronto, pasa frente a mí un grupo de personas de las que disfrutan una merecida segunda juventud, siempre que de aquí a un tiempo les garanticen sus pensiones... Uno que, desde crío, tiene la fea costumbre de mirar hacia todos lados, hacia donde la vida invita a escribir una historia, hasta donde la ficción la tejen nombres y apellidos de un lugar ve a esa gente con el tiempo pegado a sus miradas; gentes de hace treinta años, cuando se veían altos y en ebullición... Ahora, simplemente, caminan, comentan, dicen, ven, anhelan y son conscientes de que, frente a ellos, ha pasado un tiempo, una historia, una vida que no se va, sino que les permite opinar, pongamos por caso. Caigo en la cuenta, entonces, que debo regresar a mis cuadernos y cuando escribo compruebo que mi letra tampoco es la de hace treinta años, ni el ímpetu tampoco, ni el pisar el acelerador cada día... ahora ellos, nosotros, tú y yo levantamos más el pie del acelerador, quizás, hasta pisamos algo el freno... Total, a veces lo mismo da correr que llegar tarde. 


27 de mayo de 2018

La chica de las preguntas

Llegué a aquella ciudad de provincias tan temprano como lo hizo el primer tren; a un lugar en el que la sensación continua es la de que nunca pasa nada. Estaba allí para impartir una conferencia e irme rápidamente, tanto como los horarios de tren me lo permitieran. Los recuerdos de unos años antes allí, junto a ella, me resultaban ahora incómodos, como si uno no hubiera debido protagonizar aquellos instantes. Los estudiantes universitarios fueron entrando pausadamente en el aula y una vez sentados todos y presentados comencé a hablarles de la guerra civil y de sus consecuencias sobre la literatura y la cultura. Tomaron notas, hicieron preguntas, especialmente una chica menuda, sonriente y mirada intensa. Mientras salía de la Facultad, la misma muchacha, con un ligero parecido a ella, me comentó que había leído acerca de mi estancia en el lugar y yo, amablemente, respondí con suma rapidez a un tema que no me llevaba a ningún nuevo camino. Los estudiantes me invitaron a un café y nos pusimos al día en bibliografía, cine, arte y hasta política de la memoria. La chica, poseida de una exquisita elegancia en el trato, me interrogó sobre cuánto hacía que habia sido profesor allí mismo: "diecinueve años hace que viví aquí y solo ahora he vuelto desde entonces", respondí, sonriendo como pude. "Justo hace dieciocho años que yo nací, qué casualidad", dijo la joven, mirándome de una impenetrable forma muy familiar.