6 de junio de 2011

"¿Y si pierdo la memoria?"



Estoy condenado a perder la memoria, sobre todo porque he vivido acontecimientos que me han marcado por una cosa o por otra; algunos bajo tensión. Cuando yo era pequeño estalló el reactor nuclear de la central de Chernóbil (Rusia); siendo más o menos adolescente cayó el Muro de Berlín ("Yo también soy berlinés", Kennedy dixit); en mi plena adolescencia cambió el gobierno del país por vez primera en catorce años y durante mi primera juventud ví cómo desaparecía el World Trade Center de Nueva York por culpa del terrorismo; siempre, o casi siempre, he conocido algunas mujeres, de esas que te seducen aunque después se vayan... y, más tarde, ¿qué haré cuando apenas sea consciente de que no soy yo?


Un día, hace muchos años, en la biblioteca, conocí a una chica realmente hermosa, aunque ahora no recuerde con exactitud sus facciones ni qué materia estudiaba ni si era exactamente hermosa, es un decir, puesto que estábamos en la Biblioteca Nacional y la edad se prestaba a falsos juicios. Aproveché una de sus salidas al descanso (¿quién nos marcaba entonces el descanso?) para escribirle apresurado un poema, que apenas medí y cuyos versos salieron presurosos: quizás Cela diría que tardé lo que se tarda en mear. A su vuelta, ella apreció el papel y leyó el poema, alzó la vista y dirigió su mirada hacia mí. Jamás volví a saber de ella ni la volví a ver a partir de dos o tres días después del poema, fecha en que sería el examen, digo yo.


Por aquellos años, que no podría marcar en el calendario, porque lo mismo podía ser 1997 que 2000 y la diferencia, si no me falla más aún la memoria es de tres años, tenía de compañera en una asignatura de la tarde, fonología o fonética del español, cualquiera sabe, a una muchacha rubia de Leganés o de Móstoles, no sé, uno de esos pueblos iguales del sur de Madrid que hoy se conectan entre sí por el metro. Lo cierto es que era excesivamente tímida, rubia y creo que alguna vez me dijo que iba en turno de tarde porque trabajaba por la mañana (yo lo hacía porque con esa profesora era más fácil aprobar que en el turno matinal). Hablamos miles de veces en el tren al irnos juntos. No recuerdo hoy ni su nombre.


Y si pierdo del todo mi memoria, entonces... ¿qué haré?

2 comentarios:

Gracia Iglesias dijo...

Esa misma preocupación es, precisamente, uno de los temas principales de "Gritos verticales".

Diamante de sangre dijo...

Yo si he perdido literalmente la memoria, tantos malos momentos en mi vida... una laguna, un sitio en mi mente donde tal vez todo esté, pero me niego a recordar algunas cosas, al final es más que una perdida de memoria.
Cuando uno tiene acontecimientos fuertes se los guarda.
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besos