10 de junio de 2011

"Ivana"




Cuando decidí dejar Venecia para venirme a la casita del lago, satisfacía un deseo íntimo de Ivana, mi amante -nunca formalizamos el matrimonio-: ella me quería lejos porque en el fondo me odiaba, o al menos eso intuía yo. Lo que ninguno de los dos esperaba era el desenlace de nuestra historia, que había comenzado en una pequeña escuela de un núcleo rural de Ucrania aproximadamente en 1994. Hay veces que te empeñas en pensar que todo el mundo es bueno y realmente no te das cuenta de que todo el mundo está a mitad de camino entre ángel y demonio. Lo malo es que cuando sabes bien las cosas es demasiado tarde para cambiarlas. Dicen algunas voces sabias, generalmente mujeres ancianas que se sientan a coser a la puerta de su casa en Nápoles y Sicilia, que el tiempo realiza una foto fija de cada cual y que esa es la imagen que perdurará hasta el final de los tiempos. Ahora que me han despedido del banco -ERE le llaman en España- y que tengo mucho tiempo libre para pescar en el lago, rememoro cómo en su momento di suma importancia a ciertos asuntos que no la tenían y dejé a mi familia abandonada a su suerte. No supe ver que Ivana era en el fondo un espíritu libre aún comunista -pero consumista- y yo precisamente lo contrario, efecto secundario de haber estudiado en Oxford. Tampoco supe ver que en la vida uno debe elegir por sí mismo sin preguntar a nadie: los consejos son malos porque nadie está en tu piel. Y por último, tampoco supe ver que Ivana no era mujer para mí. Ella me echó de casa con su indiferencia y yo me vine al lago a pescar y a beber vino blanco en una pequeña taberna que regenta un tal Giulio. Pero precisamente cuando te hacen la foto ya no te pueden mover: no sé si con acierto o equívoco, Ivana me fue retratando como un ser despreciable poco digno de una mujer como ella; un hombre poco apropiado para presentar a todas sus amigas, iniciadas de la moda de Milán y exquisitas visitantes de las más finas trattoria de Roma. Incluso, creo -aunque no sé si es cierto-, que alguna de ellas lee a Umberto Eco. Algún futbolista del Milán o del Inter ocupa su tiempo libre introduciéndose en la cama de algunas de ellas. En fin, esas cosas en las que no entra tener un marido empleado de banca que no da buena imagen. Cuando detectaron el cáncer en el cuerpo de Ivana el único teléfono que le descolgaron, de todos a cuantos llamó, fue el mío. Confieso que pensé que sería alguna pagamenta que me tocaba ingresarle en cuenta y que llamaría apremiando; pero no, llamó pidiendo comprensión. Y yo, que además de pescar y de beber vino blanco soy un simple oficinista en paro, trato de estar puntual en sus sesiones de radioterapia y luego acompañarla a su casa para cocinarle spaguetti, que es su plato favorito. Incluso si el coche no me arranca -que es frecuente- dejo la pesca para otro día.

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