24 de octubre de 2013

"Aquellos años..."


No tan lejanos, cierto. Aquellos años en que la emoción lo presidía todo. La primera cita, intentando ir impecable, con un toque de Hugo Boss que impregnase tibiamente el ambiente. La desmesura de esperar -no existían ni el móvil ni el whatsaap ni nada- y la incertidumbre de si ella iría o no, porque ya pasaban diez minutos de la hora: "¿Y si no viene; a ver si hemos quedado en otro lugar; igual ha llamado a casa disculpándose y no viene...?" Tú, tan formalito en mitad del barrio de Salamanca (o del barrio de la ciudad que te dé la real gana). Al final sus pasos se entreveían por aquel Madrid que empezaba a ser mucho más moderno. La vez que hiciste un poema anónimo a una de las chicas de la Biblioteca Nacional y ella se levantó y se acercó para decirte "muchas gracias, es la primera vez que alguien me hace un poema". Sigues indagando cómo supo que fuiste tú. El miedo a que, al llegar a aquella ciudad de Centroeuropa, ella no estuviese en el Aeropuerto: "A ver cómo me las bandeo yo en un idioma raro como el de aquí". Estaba, aunque hubiese sido mejor que no hubiese estado, la verdad... Aquel día de 1991 que entró en clase tal profesor que fue tan decisivo en tu vida (hasta el punto que tú fuiste quien eres por su consejo...) y eso que entró para echarnos la bronca porque pintábamos en las mesas: ¡a ti!, que fuiste delegado todos los cursos del Instituto. El día que dijiste que no querías ser de los que ni sienten ni padecen a los que decían que se conformaban con una oficina de 8 a 2. O el día en que, por correo, te enviaron una pluma estilográfica cuya punta se rompió al mismo tiempo que la historia que hubiera podido ser escrita. Tampoco intuías que ella a saber cuánto tardará si es que no ronda aún... Tú, que has sentido otras emociones más o menos similares después -no sabes si tan intensas o emocionantes- ahora piensas que, después de todo, aquello no estuvo mal. Nada mal... aquellos años.

2 comentarios:

encarnisabina dijo...

Ay, aquellos años.....

Rákel dijo...

Qué gran verdad