27 de diciembre de 2013

"La maldición"


"Sufrirás por una mujer", te recuerdan que dijo la vieja aquella cuando pasaste junto a ella, ignorándola, en el parque del Retiro. Bien está que tú no creas en esas cosas, pero los que estaban allí, en ese instante, lo creyeron a pies juntillas: dicen que sus ojos intensos irradiaban negatividad. "Las maldiciones no existen", te repites frente al espejo cuando vives en zozobra; "y si alguien pudiera echarlas, yo las desharé con mi incredulidad, mi tesón y mi poca vergüenza", prometes acto seguido consolándote, sin duda. En todos tus viajes, en la vida y milagros que te rodean, te has cruzado por la vida con chicas que han pasado a ser tus amigas, poco más; algunas de ellas viven ahora a saber dónde, porque hace años que les perdiste la pista: ni el Facebook ese puede ya traerte las sonrisas aladas de esa gente que, aún hoy, será eternamente joven. Cuando se sentó frente a ti aquella psicoanalista y te escuchó, sólo pudo producir una frase que sería parte de la maldición si tú la creyeras: "chaval, tú sólo te fijas en las más complejas o en las más indiferentes", sonrió y se quedó tan ancha. ¿Para eso le pagaste sesenta euros? No, no puede ser... ni existe esa maldición ni Harry Potter tampoco, lo tienes claro ("chaval" -resuena aún su tonto irónico-). El caso es que si no se cree en el amor, tampoco se puede sufrir por amor, justificas tú en la clase mientras explicas a los chavales el complemento directo -no sin cierta dificultad- y es entonces cuando, al detectar el misterio, se produce el silencio de quien crees que debe decir algo y ya empiezas a caer en que si no existe la maldición, se le parece mucho.

1 comentario:

Bitxito dijo...

Si es que qué manera de complicar los complementos del verbo, Paco...
Y deberías hacer más caso a las viejas, mira lo que pasó en La Bella y la Bestia.