3 de mayo de 2014

"Sus silencios, tus silencios"


Un café, un domingo en la mañana, es diferente si es de Starbucks. Entras en el lugar, pides tu café y te sientas en uno de sus sillones a leer la novela que pega o a tomar notas para cualquier asunto posterior (con esa música de tu mp3 de fondo)... y, de repente, caes en sus silencios. El tiempo corre, van cayendo los días en el calendario, ya está convocado todo (las elecciones, los exámenes, las oposiciones...) y, sin embargo, qué sabes tú de sus silencios. Apenas crees ver detrás de su mirada; no dejas de admirar la hermosa forma de sus manos; reconocerías el tono de su voz a mil millas... pero, más allá de eso, nada. Su silencio es un fantasma que te atenaza y su realidad es la realidad de tu literatura. Ni más ni menos... Ves pasar gente tras el ventanal y detrás de cada sonrisa crees escuchar su sonrisa; en el fondo, es falso: no es quien ríe, ni siquiera está allí; es más, no sabes siquiera en donde está, pero no olvidas el primer recuerdo. ¿Qué pasaría si de pronto dejases de verla? Quizás ella sintiera alivio; es posible que tú mismo también con el tiempo; pero no, tus letras serían góticas, no se entenderían, dejarían de ser historias de amores no correspondidos, de perdedores más allá de la crisis, de detectives que no resuelven nada ni se ligan a la mujer rubia; tampoco serían historias de mujeres fatales que no existen, o que nadie ve en los bajos fondos de las grandes ciudades. Su silencio desconcertante te bloquea una mañana de mayo, pero coges el Pilot y empiezas a trazar su nombre en una página en blanco, que huele a café... 

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