20 de marzo de 2016

Aquel pasillo

Aquella mañana me invadía el sueño: subía unas escaleras cuando vi al fondo a Zoé -digamos que ese es su nombre- y la saludé con perfecta solvencia; ella, competente, me respondió con una sonrisa. Una de esas personas excepcionales que nadie ve, pero que están ahí, como lo está la poesía. El resto del tiempo me lo pasé pensando en ella: incluso hubo alguien que dijo "oye, tío, que estás pasmado", con la razón de quien no sabe nada. Me fui a casa, la casa fría de una capital de provincias, con ella pegada en el alma, como se pega una emoción que vives de repente. Aquel flash, que dije que tenía que impregnarlo en realidad: no está uno para dejar pasar el futuro sin cogerlo con las dos manos. A todos nos pasa que la realidad, que supera al deseo, nos bloquea, así que en adelante todo fue planear cómo debía ser el reencuentro con Zoé: noches sin dormir, esos sueños despierto, querer ser y querer estar... hasta que un whatsapp nos devlvió a ambos a la vida, a la realidad, al deseo hecho presente. Sé que ella no se arrepiente, yo tampoco. Vale, por hoy tan sólo.

No hay comentarios: