4 de agosto de 2016

Pasiones de letras

Lo peor de la poesía o del teatro es no saber cuándo nace la idea y lo demás. Recorrer un país en verano implica observar a mucha gente y, de tanto mirar, creo que el arte lo crean con más intensidad -o un toque especial- las mujeres, a veces con sus geniales locuras... En cada paso, en cada vestimenta, en cada grito, en cada gafa de espejo, en cada esparteña de colorines, en cada voz cantando o anotando un verso -que será algo más- en un cuaderno. Confieso que el ego se me sube cuando alguna de ellas se me acerca y me pregunta, porque me conoce o simplemente la otra -la tímida del café con nata- le ha dicho que me conoce de alguna publicación, o del Facebook, vete tú a saber. Reconozco que admiro la profusión de sus lecturas, con apenas veinte años, del mismo modo que escribo sobre ellas en mi diario, que me dejan huella en el cuerpo y en el alma, como decía el gran Bécquer. La chica morena que propuso el botellón en mi habitación y que se presentó con Espadas como labios de Aleixandre me preguntó si me inspiraba en alguna mujer; cuando llevaba dos gin-tonics me lo dijo: "Anda, joder, qué más da que me lo digas a mí, pero fijo que alguna tía tienes detrás de tanta historia de mujeres". Claro que, la diferencia viene en que uno ha aprendido a no decir más de lo que toca, por mucho que el whisky siente bien con hielo: "pues claro, desde hace tiempo hay alguien detrás de cada historia, alguien que pienso o que recuerdo". Y no dije más, no vaya a ser que se produzcan justas poéticas, o amores arreabatados, o reencuentros, o tengamos que dormir juntos, porque a veces el cuerpo y el alma no se sabe dónde empiezan o terminan, como las jóvenes poetas o el poema mismo, en toda su pasión literaria.

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