18 de noviembre de 2016

Ruinas del pasado

Desde la carretera, cuando aminoro la velocidad, se divisan casas que llevan ahí cientos de años, algunas en ruinas, como ecos de un pasado que se resiste a convertirse en olvido. El trazado sinuoso de algunos tramos me permite divisar con cierta destreza la presencia de antaño, casas que en su día estaban en mitad del campo, habitadas por familias numerosas; a veces caseríos o alguna aldea ya sin habitantes. Habitáculos en cuyo interior el polvo y las arañas sólo dicen algo para el recuerdo de quien ya no está; lugares en que un día hubo amor y sexo, niños y animales, varias generaciones a un mismo tiempo; pero también peleas de maridos y mujeres, llanto y alegría, frío y carlor en extremo, sin término medio; vidas cotidianas del campo, en mitad de la España profunda que algunas señales cifran a un kilómetro. Casas apenas sin muebles, con camas y animales domésticos aportando calores en invierno y en verano, sin luz, sin agua, todo surtido de velas y candiles o cubos de un pozo, a lo más calentados en el amor de la lumbre. La despoblación, la guerra, el desarrollismo lo arrasó todo y llevó las vidas de esa gente a las ciudades, a buscar la vida en el sudor de las fábricas y ahí quedaron los muros encalados, al borde de carreteras del Estado que pisamos los de ahora, pasando ligeros, de tiempo y equipaje.

3 comentarios:

Belén dijo...

Es lo que trajo consigo el progreso, tal y como tú dices. Espero que nos sigas regalando entradas tan profundas y reflexivas como ésta Paco. Me ha encantado.

Mercedes Campos dijo...

Me ha encantado esta entrada. Como dice Belén... yo también espero que nos sigas regalando estás entradas.

Esas casas que vemos en la lejanía, los pueblos fantasmas y despoblados, también me hacen a mí irme a otros tiempos en los que estaban habitados y tenían vida. Es en una de esas casas o caseríos, en uno de esos pueblos muertos en mitad de la nada, donde me gustaría un día vivir.

Después de regresar de las vacaciones este año, llegué a Atocha y, lo primero que pensé, al ver a tanta gente caminando cual rebaño, apiñadas personas, cruzando semáforos, fue que qué demonios hacía yo viviendo en una ciudad tan impersonal, en la que las personas ni se conocen las unas a la otras, en la que no hay calidez en el día a día... Aislados en medio de multitudes, en medio del asfalto y creaciones artificiales, cuando podría estar viviendo en medio de la naturalaza, arropada por el calor de los árboles salvajes, los animales, el sol y la lluvia... Olores, fuegos en hogares...

victoriafol dijo...

Yo tengo el privilegio de vivir en un lugar desolado pero en el q todo el mundo te conoce