9 de febrero de 2016

La mirada en el metro

Un día cualquiera; cojo el metro para ir al centro. Por costumbre, llevo el mp3 y miro poco el móvil, más hacia lo que me rodea. Bajo en una estación cualquiera, mi destino y ahí está ella. Al principio parece una chica normal, que va a algún lugar normal un día normal; pero no, es una antigua conocida, que trabajaba en la tienda de al lado del sitio en que lo hacía yo. Ella me mira y yo a ella; justo cuando suena el silbato se baja y se queda parada junto a mí, en el andén, frente a frente. Saludo, ella sonríe. Me cuenta su historia: madre soltera, desahucio, paro, vuelta con los padres, custodia, líos de papeles, una vida monótona que no le recomienda a nadie... Primero que si quieres un café y luego que sí, total, no tengo prisa quédate un rato conmigo, hace tiempo que nadie me presta un rato; y, claro, yo, que sí, que vale, que total... Pienso, entre tanto, que quizás pasen otros doce años sin verla, o ya nunca más. ¿Te acuerdas que me regalaste un libro?; no, lo siento, no me acuerdo. Pues sí, una mañana, entraste en la tienda -de ropa era, matiza- y me lo dejaste: "Para la dependienta más sonriente y más morena del mundo". Aún lo tengo, ¿sabes?, aún; lo releo mil veces; es bueno, aunque no sea tuyo. Escribe, escribe sobre mí y si alguna vez te falla la Musa esa que dices, no seas tonto, escribe sobre mí, hazlo anda. Sí, sí. Bueno, que me tengo que marchar y que ha estado bien verte. Ah, todavía sigues siendo la más sonriente y la más morena del mundo. Y mientras vuelvo al metro, medito sobre cuánte gente no recuerdo ahora, como esta chica, a la que durante un verano vi todos los días en los trabajos de mierda que hacíamos para pagarnos los inviernos. 

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