21 de mayo de 2016

La chica de la Puerta del Sol

Es evidente que ella tenía que ser yanqui: rubia, pantalón corto y chancletas, en mitad del Madrid turístico, muy cerca de la primavera. Eso no fue lo primero que me hizo recordar un pasado que cada vez se distancia más y que viví en Estados Unidos, sino que cuando quise recordar y recrearme en aquel invierno, la mujer se volvió y gritó mi nombre, en plena Puerta del Sol. Si uno tiene un nombre común, en el primer segundo no se gira, pero si cuando ella corre hacia ti, te mira y te dice "tú fuiste mi profe, ¿te acuerdas?" no lo haces, tienes un problema. Hay otra cosa que distancia el recuerdo de la realidad: entonces ella tenía veintiuno y tú veinticuatro, aunque ahora ha pasado el tiempo y ella te sigue mirando como entonces. Intercambias un teléfono, un cómo-estás-ya-nos-veremos-estos-días tuyos de Madrid y te marchas con la amargura de las prisas y el deseo de quedar si es posible. Te llama, vuelve como aquella vez en aquella Universidad de Nueva Inglaterra cuando la invitaste, habláis, como entonces, tienes la necesidad de decir lo que la vuelta a España no te dejó y, no obstante, no lo haces. No, ya no; no es necesario ya: su vida, su trabajo, su futuro... y el tuyo. Pero eso sí, se equivocan esos alumnos de hoy que casi te juraron que no volverían a ver a sus colegas franceses de intercambio, porque quizás la Puerta del Sol y la chica y tú sólo seáis un ejemplo de que algunas cosas suceden después que juraste que no pasarían jamás. 

2 comentarios:

CristinaG. dijo...

Historias que enganchan.¡Qué bonito el final!

Francisco José Peña Rodríguez dijo...

Gracias, Cristina. Viniendo de ti es me siento muy halagado.