24 de julio de 2016

Una cara bonita

Encendió el pitillo, se caló el sombrero y salió a la calle. Lo sabía desde el principio, aunque quiso creer que ella no era la culpable; intentó sin éxito reunir pruebas para convencerse de que el delito no lo había cometido la cara hermosa que tenía enfrente, pero hacía tiempo que decidió pensar con la cabeza y no con la bragueta, en estos casos. Así, recordó, no corrían peligro ni su vida ni su trabajo. Alguien lo contrató, pensando que era un detective de pacotilla: el típico que no se entera o no saca nada en claro si dos tipos listos le ponen delante pistas falsas, porque la gente aún no comprende que una cosa es parecer tonto, hacerse el tonto -que es un seguro de vida- y otra, radicalmente distinta, es serlo. Cuando acudió la policía ella lo miro con sus ojos penetrantes, como diciendo "no me delates"; él se giró y le dijo al inspector "la mujer, ha sido la mujer". Salió a la calle, pensó que el mundo era una puta mierda, pero mejor aún de la mierda completa que podía ser: la diferencia está en que hacer lo correcto evita que vivamos en el infierno.

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